viernes, 1 de agosto de 2025

Pertenencia.

 

Pertenencia a una profesión.

También esta noche, Tierra, permaneciste firme.
Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor.
Y alientas otra vez en mí
la aspiración de luchar sin descanso
por una altísima existencia.
 
“Fausto”, de Johann Wolfgang von Goethe


Dr. Xavier A. López y de la Peña

El médico cirujano norteamericano David H. Galloway (1852-1944) publicó en el año de 1896 algunas de sus experiencias profesionales en la ciudad de Aguascalientes, México.1
            En una de ellas da cuenta de que estando asistiendo a un joven mexicano gravemente enfermo en una pierna por una infección, hubo de improvisar prácticamente todo en ello para curarle; desde el lugar para intervenirle quirúrgicamente, quién o quiénes podrían asistirle, qué instrumentos y equipos habría de necesitar y hasta cómo habría de hacerlo.
            Las condiciones en las que trabajó fueron deplorables y de mucho riesgo, tanto que mientras le intervenía quirúrgicamente hubo de lanzar, el propio cirujano, múltiples baldes con agua hirviendo a la multitud inquieta y amenazante que se apiñaba en la puerta de entrada de la habitación en la que estaba operando al paciente y que gritaban: “¡lo están despedazando!, ¡lo están matando!, y más”, para que dejaran entrar la luz -ya que la habitación en que operaba no tenía ventanas-, y poder continuar con su procedimiento quirúrgico. En esta intervención fue auxiliado con la anestesia (cloroformo) dada por un dentista también norteamericano Frank C. Doty y con la asistencia de un niño de apenas 14 años.
Continuó con su trabajo a pesar de los insultos proferidos por la enardecida población y la abrupta intromisión de un familiar físicamente agresivo al que sometió el mismo cirujano con escalpelo en mano, gritándole (en inglés, por supuesto porque no hablaba español) y amenazándole con “arrancarle el hígado” si no se retiraba de allí de inmediato. El cirujano no detuvo su trabajo aún y a pesar de que el dentista que le ayudaba le pedía dejarlo ya, y solicitar asistencia a la guardia de la localidad.
            Al fin, todo salió bien después de un largo tiempo de recuperación postoperatorio y este suceso me llevó a reflexionar sobre el qué nos hace “pertenecer a una profesión” porque, independientemente de las dificultades que este médico cirujano afrontó, del riesgo que corrían él y sus auxiliares, el deseo de servir y ayudar al semejante con graves problemas de salud imperó en su conducta revelando en él, con esta única manifestación, una clara y espléndida “pertenencia profesional a la medicina”.
De hecho, lo que nos hace íntimamente pertenecientes a una profesión no es solo el título en ello adquirido, los honorarios o el salario percibido por el servicio o la rutina ejecutada en su práctica, sino un conjunto más profundo de elementos tanto personales, como éticos y existenciales en ello involucrados. Veamos algo de ello.

El filósofo alemán Martin Heidegger en su obra "Ser y Tiempo" de 1927 sostiene que la esencia del ser humano no está en el "tener" o en el "hacer", sino en el "ser", o mejor aún en el “poder-ser” que, aplicándolo al ejercicio de una profesión, se entendería como que todo lo que se hace en ella es parte de nuestra forma de estar en el mundo.

Para el sociólogo, también alemán, Max Weber, ejercer una profesión es responder a un “llamado” o vocación cuya pertenencia se alcanza cuando la persona entiende y vive su trabajo como una expresión de su destino tanto moral como social; y para el francés Jean-Paul Sartre que en su filosofía afirma que el ser humano está condenado a ser libre, refiere que la profesión “es” un acto de libertad, algo que nos define por dentro no por fuera, un acto de responsabilidad ante uno mismo.
En fin, para “pertenecer a una profesión” primero hay que sentir el llamado hacia ella, esto es, la vocación que lleva implícito un propósito determinado e identificarse con ésta sintiendo que tu manera de pensar, percibir y actuar se amolda de forma natural con las exigencias y valores de esa práctica, y aceptando con orgullo la responsabilidad moral que ello conlleva, y reconociendo y aprendiendo de nuestros errores para corregirlos y evitar repetirlos en adelante. De igual manera, es necesario demostrar maestría y pasión en ella esforzándonos en aprender y mejorar continuamente, innovando y creciendo tanto en sus habilidades como en la práctica.
Sábese que cada profesión posee un lenguaje, ceremonias o rituales, así como ciertos códigos no necesariamente escritos que deben ser entendidos, respetados y seguidos. Al hacerlo, gratamente se percibirá sentirse parte de ella, compartiendo conocimientos, valores, deseos y reconocimiento mutuo en la labor cotidiana; valorando a los colegas como pares, defendiendo la dignidad de la práctica y compartiendo éxitos y fracasos, memoria e historia en su hacer de cada día.
Dentro de la pertenencia a una determinada profesión está también la obligación de cumplir con las responsabilidades en ella adquiridas con puntualidad, ética y calidad, incluso en momentos difíciles; actuar con honestidad, respeto y transparencia; respetar las normas, leyes y principios que rigen la profesión y tratar a colegas y clientes con honestidad, equidad y dignidad; ser consciente del impacto de tus acciones; buscar mejorar tus habilidades y conocimientos constantemente y estar abierto a nuevas ideas, críticas constructivas y cambios.
            Todo lo dicho anteriormente no tiene nada de nuevo a lo ya referido incansablemente por muchos pensadores, así que a esta aproximación que puede sonar como catequística y sermonial (vocablo derivado de la palabra inglesa «sermon», que significa discurso religioso o moral. Puede interpretarse como una metáfora de guía o sabiduría) contrapone al profesional con la realidad actual.

¡Si!, la pertenencia a una u otra profesión, se enfrenta ahora a la realidad de un mundo globalizado, dado por la interconexión y dependencia de las naciones a través de los flujos de capital, información, mercancías, personas y cultura; capitalista cuyo sistema económico es dominante en el mundo moderno y caracterizado por la propiedad privada de los medios de producción, la competencia en los mercados y la búsqueda del beneficio económico, y mercantilista, centrado en la acumulación de riqueza en donde la búsqueda de la rentabilidad suele entrar en conflicto con los principios éticos.
Bajo estas circunstancias los médicos, al igual que otros profesionales, necesitan sentir a profundidad que su trabajo es útil a la sociedad y que su papel en ello es justamente valorado. No obstante, cuando se le oponen barreras políticas, económicas, sociales y laborales, suelen sentir una desconexión con su vocación. Experiencia que ha dado en llamarse como "despersonalización" en la medicina, donde el médico empieza a ver al paciente más como un caso, un cliente o un número que, como una persona, lo que lleva a afectar directamente a su atención.
De hecho, en México, como en muchos otros países los sistemas de salud suelen ser deficientes y desorganizados y, por tanto, las políticas públicas no suelen estar orientadas a la mejora de las condiciones laborales del personal de salud (médicos, enfermeros y otros) ni de proporcionar un equitativo acceso a los servicios de salud a la población general. Situación que genera limitación y frustración en el profesional ante el desorden y las deficiencias del sistema.
            También suelen enfrentarse a una burocracia y regulación excesiva cargada de trámites administrativos que obstaculizan su capacidad de enfoque en el paciente, lo que puede ocasionar una “desconexión” emocional con la profesión.
A laborar en sistemas de salud públicos mal remunerados donde se reciben salarios relativamente bajos si se comparan con los obtenidos en la práctica privada, les puede hacer sentir como “poco valorados”.
            Laborar con recursos limitados (ya por crisis económicas, recortes de presupuesto en salud, mala administración, mala distribución, corrupción y otros) para realizar procedimientos necesarios, escasez de medicamentos y equipos, y la sobrecarga de trabajo reducen la calidad de vida de los profesionales, sus capacidades operativas y su conexión con su vocación.
            Verse limitado en recursos, sobrecargado de trabajo, mal pagado e inadecuadamente valorado suelen ser combinaciones determinantes para que el profesional ejerza un trabajo deficiente y limitado, que a la luz pública suele percibirse como un servicio que no siempre se brinda con atención comprensiva y humana, haciendo que algunos profesionales se sientan no completamente aceptados dentro de la comunidad.
Ante este breve panorama, el sentido de pertenencia, en este caso de la medicina, como hemos visto no está lleno de dificultades. Hay que enfrentarse entonces a una serie de barreras estructurales y emocionales que, de no ser abordadas, pueden generar un sentimiento de desilusión con la profesión. A pesar de esto, muchos profesionales encuentran formas de superar estos obstáculos, reconociendo la importancia de su labor y buscando redes de apoyo que les permitan mantenerse conectados con su propósito.
Hay pues la necesidad de que el profesionista, además, sea ahora capaz de adaptarse a la globalización y las nuevas tecnologías accediendo a una educación de calidad desde cualquier parte del mundo a través -si ello es posible-, de plataformas de aprendizaje online y de recurrir al teletrabajo y al networking digital, si ello fuere necesario.
A participar en nuevas formas de activismo profesional para sortear posibles obstáculos tanto sociales como culturales para abogar por la igualdad de oportunidades y el reconocimiento de sus derechos. Ejerciendo acciones para influir en decisiones políticas y legislativas a través de la comunicación y la presentación de argumentos a favor de nuestros intereses profesionales o lobbying, enfocado en la formulación de políticas públicas que impacten en la profesión para la creación de mejores condiciones económicas, sociales, políticas, legales y laborales, y la promoción de la justicia social y económica.
            Resiliencia para lidiar contra la corrupción y la burocracia estableciendo conexiones con otros profesionales para diseñar y operativizar determinadas acciones contra ello. Ante la gran competencia en el mercado laboral, hay que sacar adelante la creatividad y capacidad profesional, mejorar el pensamiento crítico, la innovación y la adaptación a las crecientes demandas del mercado.
            Ante el mercantilismo que nos rodea, la búsqueda de la rentabilidad suele entrar en conflicto con los principios éticos como ya citamos. Por ello, hay que luchar por trabajar con prácticas justas, sostenibles y éticas, lo que no solo nos posicionaría como líderes en nuestro campo, sino que también puede atraer a clientes o empleadores comprometidos con la ética corporativa.
            Aguzar, dentro de las tendencias emergentes a la adaptación profesional la mentalidad de crecimiento que permite a los profesionistas enfrentarse a fracasos, aprender de ellos y reinventarse según lo exija el mercado.
Empoderamiento a través del emprendimiento creando sus propias empresas o startups para tener control sobre su carrera con lo que se permite eludir las limitaciones del sistema laboral tradicional creando nuevos modelos de negocio.
Sea como sea y de forma personal, si carecemos de recursos busquemos activamente la forma de improvisar y dar factibles soluciones. Si el trabajo es tedioso, buscarle aristas satisfactorias. Por ejemplo, recopilar información sobre lo que hemos hecho en determinado tiempo, reconocer aciertos y errores, frecuencias, porcentajes, comparaciones y otras (esto es investigación) y con ello saber qué hemos hecho y por tanto cómo mejorarlo y corregirlo o, inclusive, hacerlo menos tedioso.
            Si la lambisconería y la corrupción imperan en el ambiente de trabajo para solapar deficiencias, irregularidades u otros defectos, habrá que sostenerse en la vía del bien hacer profesional que nos mantenga al margen de esta práctica y, con el ejemplo seguir ejerciendo nuestro trabajo mirando siempre el interés en la salud del paciente. Podría entonces poder decirse, si es que se labora en determinada institución pública de salud, que se es NO INSTITUCIONAL; esto es, estar al servicio de los intereses del paciente al que servimos, no como veladores del interés institucional.
Propugnar porque las posiciones directivas de la institución se consigan por méritos y capacidad profesionales, no por amiguismos, premios políticos, compadrazgos, u otros varios e inenarrables justificaciones.
En resumen, para sortear obstáculos sociales, económicos, políticos y laborales, los profesionistas actuales deben sentir y expresar con sus acciones su pertenencia a la profesión, ser honestos, responsables, equitativos y justos, además de adaptables, creativos, resilientes y continuamente en formación.
La clave actual para ello está en la flexibilidad personal y la capacidad de construir redes globales, -si ello fuere necesario y oportuno-, lo que les permitiría aprovechar las oportunidades que ofrece el entorno globalizado y, al mismo tiempo, sortear las dificultades impuestas por el contexto capitalista y mercantilista tanto en el hacer en la esfera pública como en la privada. Sólo así se podrá observar cómo la pertenencia a una profesión se convierte en un reflejo de las concepciones más amplias sobre el individuo y su relación con su servicio a la sociedad.

 

En todo caso, habrá de seguir lanzando baldes con agua hirviendo

contra los ignorantes, estúpidos, incapaces y corruptos que impiden la entrada de luz y obstaculizan o impiden nuestro hacer y pertenecer profesional, bajo cualquier circunstancia.



1 . Galloway D. H. Experience of an American physician in Mexico. Operating for suppurative lymphangitis under difficulty. – Taking his one medicine. - Strychnia poisoning. JAMA. 1896;27(24):1235-1238.

martes, 1 de julio de 2025

Sobre el olor.

 

Sobre el olor.
¿A qué huele lo que olemos?

Los libros, las librerías y las bibliotecas huelen a palabras, frases,
ideas, recuerdos, historias y pensamientos profundos o fútiles;
nos enseñan, distraen o advierten, nos agradan, disgustan o confunden,
pero… siempre huelen y olerán gratamente.

Dr. Xavier A. López y de la Peña



Al principio me asaltó la idea de hablar sobre “El olor a la guayaba”, pero no como referencia al libro publicado en 1982 por Gabriel García Márquez sobre sus conversaciones con Plinio A. Mendoza, cuyas líneas delinean los recuerdos, lugares, la vitalidad y la nostalgia exótica y a la vez fragante (tipo de “olor” que queda, -por llamarlo así, en la mente del lector) de la vida caribeña en la que se desenvuelve la trama: No.
            Me interesó tratar algo sobre el olfato o, con más propiedad, a la capacidad que tenemos de oler algo a través de este nuestro sentido olfatorio tan poco estudiado, entendido y apreciado en comparación con los otros.
            Su definición por el diccionario de la Lengua Española es -para mí sublime-, pues la refiere como la impresión que los efluvios (emisión de partículas sutilísimas) producen en el olfato.

Pero… ¿Por qué ¿qué y para qué olemos?   

El “oler” es un mecanismo evolutivo adquirido de defensa para nuestra supervivencia (y de otros animales) a través de nuestro órgano del olfato, ya para la elección de alimentos, de pareja en la reproducción sexual, para evitar peligro, alertar sobre algún otro riesgo, de reconocimiento o como señal que algo no está bien con nuestra salud, como la pérdida del olfato (anosmia), ahora recientemente generalizado como síntoma relevante en la infección por COVID, entre otras.
Partiré de que todos más o menos apreciamos diversos olores en nuestro ambiente y, lógicamente también, los emitimos. A pesar de ser un importante órgano sensorial, el “olfato” ha sido considerado como un campo poco atractivo para analizarse o siquiera considerarse a través de la historia y como tema casi ausente en las ciencias sociales.
Además, el sentido del olfato enfrenta la dificultad de describir el o los olores porque no se tienen palabras adecuadas para ello: carecemos de su vocabulario. Por ejemplo, en el sentido de la vista para los colores decimos: esto es rojo, verde, azul o amarillo, o tal vez azul turquesa o amarillo ámbar; en el del tacto: esto es suave o duro, frío o caliente, terso o rugoso, etc. En el del oído: el tono es agudo o grave, alto o bajo, en nota musical Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si, etc., pero para describir un olor se suelen utilizar adjetivos varios como:  "aromático", "dulce", "picante", "fuerte", "suave", "penetrante", o comparaciones con otros olores como "huele a café", o "huele a canela" o a “ropa recién lavada”.
Vamos, pensando de otra manera ¿cómo podríamos describir a una persona a qué huele un plátano, si nunca a olido alguno? No tenemos un vocabulario “objetivo” para ello, así que para hacerlo recurriríamos a usar un lenguaje “evocativo” echando mano de sensaciones personales y subjetivas como el decir: “huele como “dulzón”, algo “almizclado” con una parte quizás de “mango no muy maduro” … En síntesis, no tenemos un vocabulario objetivo y claro para describir el o los olores.
Históricamente y cuando menos desde Aristóteles, el reconocido desdén por este sentido queda patente cuando clasificó nuestros sentidos así: la vista y el oído eran los más importantes (porque con ellos se podían apreciar la belleza y la música, ambas conducentes -señalaba-, a la divinidad), seguidos por el tacto y el gusto considerados como sentidos “animales” que nos podrían llevar al exceso y la lujuria, y el olfato en el último lugar.1 Y Platón, con su mirada hostil hacia el cuerpo físico y sus facultades criticaba a la vista y el oído, como posibles causales de confusión pero mejores que otros sentidos considerados como “inferiores” como el tacto y el gusto y, al último, el olfato al que gradaba sólo como receptor de olores “agradables o desagradables”.
Adelante, Linneo clasificó los olores en base en que ciertas plantas nos evocan olores corporales o recuerdos: aromático, fragante, ambrosiaco, aliáceo, caprino, impuro, y nauseabundo; Hendrik Zwaardemaker los distinguió como etéreo (como el éter o la cera de abejas), aromático (como las especias o el alcanfor), fragante (como la lavanda o los pétalos de rosa), ambrosíaco (como el ámbar o el almizcle), aliáceo (como el ajo o la cebolla), empíreo (como el café tostado o el humo del tabaco), hircino (olor corporal fuerte y desagradable que recuerda al olor de una cabra; como el queso fuerte o la comida rancia), fétido (como las chinches o la flor del cilantro) y nauseabundo (como las heces o los huevos podridos). Además, inventó un olfatómetro ya en desuso.2 Hans Henning presentó un diagrama en forma de prisma en que colocaba seis olores básicos en la base y olores intermedios en las aristas y caras; John Amore consideró 7 olores primarios en la naturaleza basándose en el tamaño de sus moléculas: alcanforado, almizclado, mentolado, floral, etéreo, picante y pútrido. Finalmente, una clasificación reciente, les otorga 10 categorías: fragante/floral, leñoso/resinoso, frutal no cítrico, químico, mentolado/refrescante, dulce, quemado/ahumado, cítrico, podrido y acre/rancio.3
En el terreno de la filosofía también el olfato es considerado generalmente como un sentido “próximo a la animalidad” y alejado de los principios que rigen la inteligencia.
Bueno, la lista es larga como hemos visto y bastante poco clara e “inobjetiva” para describir los olores, pero finalmente todo dependerá del Umbral Olfativo que cada uno de nosotros posea, entendido éste como concentración mínima de una sustancia que un grupo de personas, que no son ni especialmente sensibles ni insensibles a olores, pueden detectar. Esencialmente, es la concentración necesaria para que el 50% de las personas puedan percibir el olor.
            Quedan fuera de estas estudiadas clasificaciones “olorosas”, términos tergiversados como el olor de santidad, olor de multitud, el olor de miseria y de la sordidez de las favelas, de los suburbios de los barrios de los desheredados, el olor a la miseria, a la podredumbre, desesperanza, enfermedad y muerte como señalara el doctor médico y antropólogo catalán Josep M. Comelles,4 y las repercusiones que el olor o los olores puedan producirse en la sociedad: rechazo, discriminación y exclusión que pueden tener incluido cierto componente de  bromidrosifobia que es una fobia específica que consiste en el miedo irracional e intenso al olor corporal, ya sea propio o ajeno.

“- Es increíble, aquí huele aún peor que fuera.

- Olor a tabaco rancio, a colonia barata... huele a desesperación existencial.”

(Dijo la artista Lucy Alexis Liu Yu Ling, como la Dra. Joan Watson para Elementary)5

 

En el terreno de la medicina, la semiología del olfato prácticamente ha desaparecido.
La percepción olorosa de los efluvios del paciente como método “sensual” para auxiliar en el diagnóstico clínico está reducido ya, en la mayoría de los casos, a la simple percepción de su asociación con el grado de su higiene. Quedó atrás el concepto de que el olfato que, para el clínico   bien ejercitado, se convierte en un sentido delicado y refinado, una fuente precisa de satisfacción mental y de conocimiento científico.
            Sin embargo, desde la entrada a la habitación del enfermo hasta su acercamiento para interrogarle y explorarle, en su caso, el olfato del médico debe entrar en acción ante las primeras impresiones olorosas percibidas y procesarlas dentro de su correlato: aliento cetónico, probable diabetes; olor amargo a almendras, intoxicación por cianuro; olor almizclado, ictericia intensa; olor orinoso o de ratón, en la enuresis o la fenilcetonuria; amoniacal, insuficiencia renal crónica; fétido/rancio, bromhidrosis plantar, etc. De hecho, la osfresiología (palabra que etimológicamente viene del griego «οσφρησις» (osphrēsis) olfato y del sufijo «logía» del griego «λογια» que indica estudio, tratado o ciencia de los olores), es ya un término infrecuente y obsoleto.
Cabe resaltar también que, si bien el olor corporal, aunque profundamente ligado a la biología humana, ha sido también una fuente de tensiones sociales, exclusiones y conflictos culturales.
A lo largo de la historia, el "olor del otro" ha servido para marcar diferencias de higiene, clase, etnia, nacionalidad o incluso moralidad. Lo que para un grupo puede ser un olor familiar o aceptable, para otro puede convertirse en motivo de rechazo o discriminación como arriba sugerimos.
Actualmente en muchas sociedades occidentales modernas, se ha desarrollado un ideal de “neutralidad olfativa” o limpieza extrema, promovido e impulsado por la industria de la higiene y los productos cosméticos. Esta norma no escrita genera expectativas que muchas personas, por circunstancias varias como sus condiciones de trabajo, salud, o costumbres culturales, no pueden o no quieren cumplir.
Cuando alguien “huele diferente”, ya sea por su origen étnico, el tipo de comida que consume, por su higiene o por sus tradiciones culturales (como el uso de aceites o perfumes naturales o no), puede convertirse en blanco de burlas, marginación o estigmatización. En este caso resalta el asunto tan actual y masivo de los migrantes. De hecho, en los lugares en que conviven personas de distintas culturas, los olores corporales, de alimentos o de espacios pueden convertirse en verdaderas fronteras simbólicas. El olor del “otro” podría interpretarse no solo como algo extraño, sino como una amenaza al orden social establecido y puede dar lugar a conflictos en espacios compartidos, como asilos, escuelas, lugares de trabajo o transporte público.
También históricamente existe una dimensión de clase en el que el olor se ha asociado con el trabajo físico y, por lo tanto, con las clases populares. En tanto que en la élite o la minoría selecta o rectora se ha construido una estética del cuerpo sin olor o “desodorizado y perfumado” como símbolo expresivo de poder, de control y refinamiento. Así, el olor corporal como una característica fisiológica pasa ya a convertirse en un verdadero marcador social.
En conclusión, los olores ya no son solo estímulos sensoriales, sino que son importantes portadores de significados sociales. El "olor del otro" puede convertirse en una fuente de conflicto cuando se le asocia con diferencias culturales, económicas o raciales.
Toca entonces reconocer esta dimensión invisible de la discriminación “olorosa” como un paso deseable para desterrarla y seguir hacia el logro de una convivencia más respetuosa y empática. Es así mismo una forma de reconectarnos con lo más instintivo y emocional de nuestra experiencia humana a través de nuestros receptores odorantes. 

En fin: Fino gusto y buen olfato. Nos dan muy sabroso plato.



1 . Synnott, Anthony. (2003). Sociología del olor. Revista mexicana de sociología, 65(2), 431-464. Recuperado en 29 de mayo de 2025, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-25032003000200006&lng=es&tlng=es.
2 . https://www.oxfordreference.com/display/10.1093/oi/authority.20110803133602436
3. https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/gastronomia/clasificacion-de-los-olores-1810406.html
4 . Cristina Larrea Killinger. La cultura de los olores. Ediciones Abya-Yala. Quito, Ecuador 1997. P. 14.
5. https://www.google.com/search?q=Lucy+Liu+-+Dra.+Joan+Watson&rlz=1C1FGUR_esMX1071MX1075&oq=Lucy+Liu+-+Dra.+Joan+Watson&gs_lcrp=EgZjaHJvbWUyBggAEEUYOdIBCjEwMjczajBqMTWoAgiwAgHxBXWOZFOUYsct8QV1jmRTlGLHLQ&sourceid=chrome&ie=UTF-8

domingo, 1 de junio de 2025

Arte moderno.

 

Arte Moderno.
¿Emoción o alienación
anti naturaleza?

 

Es un arte de lo informe, de lo abyecto,
por contraposición a la forma y a lo sublime.
 
Alain Badiou. Filósofo francés.1
 

Dr. Xavier A. López y de la Peña


Pequeño paraíso.
Helen Frankenthaler, 1964

Acudiendo al llamado de la tierra, hice un viaje con mi hijo a España particularmente para conocer el lugar donde nacieron algunos de nuestros ancestros López.
Viajamos de la ciudad de México a Madrid y de allí directamente hasta la ciudad de Bilbao para iniciar recorrido en varios lugares para llegar, finalmente, al Concejo de la Comunidad Autónoma del Principado de Asturias en España, Llanes; terruño añejo de nuestros antepasados congéneres bañado por las ricas aguas del mar Cantábrico.
             Antes de este objetivo destino, recorrimos ávidamente varios lugares de Bilbao y, el motivo de esta reflexión se ubica en la impresión que tuve al visitar el famoso Museo Guggenheim que presentaba, entre otras, obras de la artista neoyorquina Helen Frankenthaler (1928-2011), representante del expresionismo abstracto (movimiento pictórico contemporáneo dentro de la abstracción, en concreto, de las tendencias informalistas y matéricas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, dice su definición) descripción que semánticamente me cuesta trabajo comprender, debo confesarlo.
Es así, que tanto el icónico Museo Guggenheim y la obra de esta artista plástica representan con ello una búsqueda de innovación en la pintura y el arte contemporáneo.
La señora Helen Frankenthaler es un claro ejemplo de artista cuyas obras son parte integral de las narrativas que sobre el arte moderno el Museo Guggenheim celebra, en movimientos conocidos como el Expresionismo Abstracto o de abstracción Post Pictórica (Post-Painterly Abstraction).
Para tratar de aprender sobre esta faceta artística consulté sobre la técnica seguida por esta pintora y encontré este, permítaseme llamarlo así, circunloquio:
 

Dentro de su técnica se menciona que esta artista desarrolló un método que llamó “campo de color” (color field) o “abstracción pictórica”, más cercano al paisajismo tradicional chino que al que se daba en la Escuela de Nueva York entre 1940 y 1950. “Por otro lado, la pintora mezclaba aguarrás diluido en la pintura que derramaba sobre el lienzo para que la tela se impregnara en su totalidad, consiguiendo así una distancia del enfoque gestual. Manifiesta una ruptura con la tradición clasicista y la búsqueda de una libertad auténtica en la expresión en la que incursionó, también, con la pintura de manchas o stain painting) características del expresionismo abstracto”.2

 
¿What?
 
Bueno, vamos al grano. Al entrar a la primera sala del museo observé una imponente -por su tamaño, obra titulada: “El nadador en la niebla económica”, de la autoría de James Rosenquist:3


Y ya, para un observador pobremente versado en el arte como yo, percibí en él un torbellino de colores inquietante, grato en su composición y combinación de colores, formas y trazos para mí, pero, sin embargo, sin sentido mnemónico o de lenguaje ensamblador para con mi visión arquetípica de la naturaleza. Es por ello que suele considerarse como un hecho que el Arte Moderno se interprete -en muchos casos-, como una mirada hacia la antinaturaleza, no como un rechazo a la naturaleza en sí, sino a la renuncia a la representación idealizada de la misma: Trataré de explicarme.
            Recordemos que el género homo al que pertenecemos ha convivido estrechamente con el mundo natural o la naturaleza desde el paleolítico de hace unos 2,59 millones de años (en África), hasta hace apenas unos 12 000 años en el que pasó de su nomadismo trashumante al sedentarismo, marcando el inicio de la agricultura y la civilización.
Luego entonces, en nuestro inconsciente colectivo, la visión o mirada nuestra de la naturaleza que nos rodeaba dejó en él su impronta ya que “el mundo entra por nuestros ojos”. Todo ello porque reconocimos, interpretamos y vivimos en medio de dicha naturaleza siendo una parte inseparable de ella. Sus imágenes entonces nos han sido inconscientemente reconocibles, identificables y hasta previsibles como medio de supervivencia de la especie.
Así, si vemos humo a la distancia, “sabemos” que algo se está quemando; una brecha en un matorral en la llanura nos señala un probable camino; nubarrones a la distancia indican que una tormenta está por llegar; huesos o sangre nos representan peligro o muerte; un hueco en la tierra puede ser una evidencia de guarida animal; ademanes como el puño cerrado significan violencia o disgusto; el color en ciertos animales nos indica amenaza y peligro o -en algunos frutos, su madurez; vemos a otros como a nosotros mismos, árboles y animales distintos unos de otros; montañas y ríos, cuevas, piedras, etc.
            Es de esta manera que los múltiples y variados contenidos inconscientes guardados en nuestra psique representan imágenes arquetípicas esenciales (es  decir, estructuras universales y supra temporales del inconsciente colectivo que se manifiestan en símbolos y tienen un significado profundo y compartido para la humanidad) que, asociadas con determinadas creencias surgidas ulteriormente entre nuestras múltiples y variadas culturas y religiones, se han improntado en imágenes colectivas en nuestras sociedades. La configuración de nuestro entorno queda entonces ligado a las imágenes de nuestro propio subconsciente y a los valores que cada determinada sociedad le impone.
En la expresión de nuestro inconsciente colectivo, específicamente en este asunto del arte recordemos que, durante milenios, la representación artística observada desde el arte rupestre se centraba en representar a la naturaleza en general y a la humana en lo particular de manera progresiva cada vez de forma más detallada y fiel acorde con la realidad; ciertamente como así la veíamos y percibíamos. Éramos entonces felices “naturalistas” desde las primitivas e iniciáticas expresiones artísticas.
Pero ahora, con el Arte Moderno al extremo, un manchón rubicundo sobre un fondo amarillo salpicado de gotas azul turquesa utilizando la técnica de acrílico sobre papel imprimado, se nos presenta como una obra de arte y, además -y supongo que como una “indispensable” guía mental para asimilarlo, entenderlo y gozarlo-, con el título de: ¡La felicidad interactiva del otrora descarriado!  
No hay modo, no puedo (en inglés There's no way, I can't para que todos -por el carácter universal del idioma-, me entiendan) hacer enlace con ello.
Pues sí, con el Arte Moderno y particularmente a partir del Impresionismo de finales del siglo XIX y más intensamente con el Cubismo, el Expresionismo y el Abstraccionismo de principios del siglo XX muchos artistas comenzaron a romper con estas convenciones y a rechazar la idea de que el arte debía ser una representación fiel del mundo físico, e iniciando con ello una forma de expresión artística “antinaturalística”. Sí, así con todas sus letras.
Como ejemplo, Pablo Picasso y Georges Braque con el llamado cubismo desintegraron y reconfiguraron las formas naturales (esto es, distorsionaron nuestros naturales y ancestrales arquetipos visuales de la naturaleza) en composiciones geométricas y abstractas e irreales. Esto marcó, definitivamente, una ruptura con la representación naturalista dándole una reinterpretación radical en términos de formas, líneas y colores a sus manifestaciones pictóricas argumentando transformarlas en algo mucho más personal y emocional.
Luego, en el Arte Abstracto se va un paso más allá de lo “antinatural” al pretender capturar a la quién sabe por qué le llaman como “pureza visual”, a la técnica que se da mediante formas geométricas simples y colores planos sin relación alguna con cualquier elemento real o natural, como ocurre en la corriente llamada suprematismo (movimiento artístico basado en la supremacía del sentimiento artístico puro) originado por el pintor ucraniano Kasimir Malevich en 1915.
Hoy, la industria, la tecnología y la modernización han asestado un golpe más a la representación realista de la naturaleza en la que la máquina, la ciudad, el progreso, el desarrollo y el caos social, político y económico se convirtieron en los nuevos temas transformadores del arte.
Es así que la globalización ha impactado a la naturaleza humana de forma determinante dejándola a la deriva en un mundo en constante cambio y zozobra con posibles consecuencias como la pérdida de identidad, desigualdad social, desempleo, deterioro en la salud mental, aumento de la violencia y criminalidad, emigración, etc.
Los arquetipos improntados en nuestro inconsciente colectivo, chocan y enloquecen ahora ante la nueva realidad del convulso mundo en que vivimos. De hecho, el Arte Moderno podría entonces entenderse también tanto como una reflexión sobre la alienación o como una manifestación de ésta.
Sépase que en el psicoanálisis se postula que las obras de arte son expresión del inconsciente del artista, revelando deseos, fantasías y conflictos no resueltos tanto para el artista como para el espectador como señalaba el llamado “padre” del psicoanálisis Sigmund Freud. En la realidad, nada queda más claro que en el Arte Moderno se deja en evidencia la desconexión y choque distópico de las personas con su entorno natural, con sí misma, las instituciones y la sociedad misma.
Por otro lado, el alejamiento de las formas tradicionales de arte y la incomprensión generalizada de muchas de sus manifestaciones pueden generar una sensación de alienación tanto para el espectador como para el creador, que podría hacerle sentir desvinculado a una comunidad o con un público determinado.
El Arte Moderno de hecho, en su complejidad y ambigüedad, finalmente no da respuestas claras ni definitivas sobre la alienación, pero sin duda refleja las tensiones y contradicciones que el mundo moderno impone a nuestras diversas sociedades y culturas, invitando al espectador a cuestionar su propia mirada arquetípica en relación con el arte, con la sociedad en la que se desenvuelve y sobre nuestra misma identidad individual.
Desde otro ángulo, el Arte Moderno puede verse como una forma de liberar al individuo de las restricciones de la tradición y la conformidad social, permitiendo que el artista o el espectador tengan una experiencia más profunda y genuina de la vida, aunque esta experiencia esté teñida de la alienación inherente a la condición humana. Jacques Lacan, bien señalaba que el artista posee la capacidad de “leer” los síntomas de cada época y -agregaría yo-, la alienante antilogía en su expresión moderna.
 
Vale decir pues, como resumen unos autores argentinos:
 
            En pleno siglo XXI, el arte contemporáneo atraviesa la pintura, la escultura, sale de los museos, rompe con lo clásico, con lo esperado. Sus obras son anacrónicas. No responden a las fechas ni al calendario. Están allí para hacernos ver, interpelarnos, provocar la tyche -o el encuentro con lo real-, con lo que excede la palabra pero que deja una huella, permite una pregunta.4

Para terminar, permítame invitarle a observar la obra pictórica adjunta y hacerle ésa sugerida pregunta:
Pintura hecha por el orangután BAKA
Del Zoo Cheyenne Mountain,
Colorado, EUA.

¿Le provoca algo?


 

 




1 . https://es.linkedin.com/pulse/cr%C3%ADticas-al-arte-contempor%C3%A1neo-jos%C3%A9-luis-garc%C3%ADa-de-aguinaga-garc%C3%ADa
2 . https://es.wikipedia.org/wiki/Helen_Frankenthaler
3 Imagen tomada de: https://www.facebook.com/guggenheimbilbaomuseo/posts/no-pierdas-la-oportunidad-de-ver-esta-impactante-pintura-de-la-serie-el-nadador-/886507173513099/
4 . Jaime Bacile, Eliana y Cura, Virginia Liliana. Arte y psicoanálisis. Como el arte nos posibilita la tyche. En: https://www.aacademica.org/000-015/773.pdf

jueves, 1 de mayo de 2025

Ideas sobre el libro.

 

IDEAS SOBRE EL LIBRO.

Lee y conducirás,
no leas y serás conducido.

 
Teresa Sánchez de Cepeda Dávila y Ahumada
«Santa Teresa de Jesús» (canonizada en 1622)
 

Dr. Xavier A. López y de la Peña

            Haré referencia a un objeto producido por aquel organismo que pertenece al super reino Eukariota, reino Animalia, filo Chordata, clase Mammalia, orden Primates, Familia Hominidae, tribu Hominini, género Homo y especie Homo sapiens sapiens.1 Esto es importante aclararlo porque ningún chango, león, cacatúa, salmón, chinche, bacteria, virus u otro cualquier ser “vivo”, hasta ahora, ha producido el objeto en cuestión: un libro. Luego entonces sólo el ser humano lo ha hecho.
            El libro es un producto cultural del ser humano. Lo conforma con su lenguaje improntado en símbolos sobre diversos materiales: piedra, hueso, madera, arcilla, algodón, seda y otros, que dan cuenta de determinado conocimiento2 entendido como hechos, o datos de información adquiridos por una o más personas a través de la experiencia o la educación, la comprensión teórica o práctica de un tema u objeto de la realidad.
            El libro, como una manifestación cultural le da al ser humano la capacidad de reflexionar sobre sí mismo identificándolo como un ser precisamente humano, racional, crítico y éticamente comprometido. Al través del libro el ser humano discierne valores y realiza opciones, se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, cuestiona sus propias realizaciones, se mantiene a la búsqueda de nuevas significaciones y crea obras que lo trascienden.3
            El libro es el eje y pivote que le provee a la cultura toda la información y habilidades que posee el ser humano. El libro está conformado por muchos memes, esto es, en las teorías de la difusión cultural, la unidad teórica de información cultural transmisible de un individuo a otro, o de una mente a otra, o de una generación a la siguiente. Estos memes (neologismo acuñado por Richard Dawkins en su obra “El gen egoísta”)4 también se replican.
Por analogía con la agrupación genética en los cromosomas, se considera que los memes también se agrupan en dimensiones culturales, incrementables con nuevas adquisiciones culturales. La gran diferencia es que, mientras los cromosomas son unidades naturales independientes de nuestras acciones, las dimensiones culturales son nuestras construcciones. De hecho, el ser humano añade a su propia “naturaleza”, una exponencialmente creciente “culturaleza” (palabra que fusiona los vocablos cultura y naturaleza para referirse a una forma "naturalizada" de comportarse mediada por construcciones culturales que operan como un conjunto de hábitos, respuestas y formas de pensar que una persona adopta tan profundamente por su cultura que llegan a parecerle naturales o innatas que le crean así, una "segunda naturaleza" formada por normas, valores, costumbres, que guían su comportamiento sin necesidad de reflexión consciente).
La cultura entonces, no es tanto un conjunto de formas conductuales, sino más bien información que las especifica.
            El término meme, considero importante señalar, deriva del griego mnemosime “memoria”, personificada por Mnemosina, diosa Titánide, hija de Gea y Urano, y la madre de las Musas con Zeus, en la mitología griega. Hermosa alegoría esta de la memoria, como hija de la tierra y el cielo, y madre de la inspiración y la fuerza o el poder.5
            Pues bien, el libro es el desiderátum de la cultura.
            Pero ¿Por qué se escribe?
            El escritor y periodista británico Georges Orwell6 (pseudónimo de Erick Arthur Blair) refiere que:

·         Quizá por egoísmo. Deseo de parecer listo, de que hablen de uno, de ser recordado después de la muerte, etc. Es una falsedad pretender que no es éste un motivo de gran importancia. Los escritores comparten esta característica con los científicos, artistas, políticos, abogados, militares, negociantes de gran éxito, o sea con la capa superior de la humanidad. La gran masa de los seres humanos no es intensamente egoísta.

·         Por entusiasmo estético. Percepción de la belleza en el mundo externo o, por otra parte, en las palabras y su acertada combinación. Placer en el impacto de un sonido sobre otro, en la firmeza de la buena prosa o el ritmo de un buen relato. Deseo de compartir una experiencia que uno cree valiosa y que no debería perderse. El motivo estético es muy débil en muchísimos escritores, pero incluso un panfletario o el autor de libros de texto tendrá palabras y frases mimadas que le atraerán por razones no utilitarias; o puede darle especial importancia a la tipografía, la anchura de los márgenes, etc. Ningún libro que esté por encima del nivel de una guía de ferrocarriles estará completamente libre de consideraciones estéticas.

·         Por impulso histórico. Deseo de ver las cosas como son para hallar los hechos verdaderos y almacenarlos para la posteridad.

·         Por propósito político, entendiendo lo "político" en el sentido más amplio posible. Deseo de empujar al mundo en cierta dirección, de alterar la idea que tienen los demás sobre la clase de sociedad que deberían esforzarse en conseguir. Insisto en que ningún libro está libre de matiz político. La opinión de que el arte no debe tener nada que ver con la política ya es en sí misma una actitud política.

            Todo lo anterior está bien, más yo creo que el que escribe un libro es porque ha terminado de pensar -espero que creativamente, y le parece importante o valioso expresarlo y darlo a la luz pública.
Escribir un libro requiere, previa a la intención, tener una idea, y si es buena insisto, mucho mejor.
            También se necesita constancia, algo de tiempo, trabajo, orden e información y de conocimiento previo pertinente del asunto a tratar y una autocrítica limitada, con esto quiero decir, que después de 30, 110 o más lecturas de lo escrito con correcciones, adiciones, supresiones y hasta hartazgo, se decida ponerle punto final al libro y no agregarle una palabra, nota, imagen o idea nueva, aunque tal vez quedara mucha tinta en el tintero.
            Al escribir un libro, las palabras hiladas que construyen su camino deben ser propias, y solicitar, obtener licencia y dar los créditos correspondientes en su caso, de los textos, gráficos, tablas, fotografías u otros elementos de autoría ajena que se incluyan en el texto.
            Escribir un libro también puede atormentar. Las ideas se disipan rápidamente si no se tiene un lápiz a la mano, tampoco quiere hacerse un “refrito” de más de lo mismo, quiere uno ser original, creativo, propositivo y constructivo. Sin embargo, las ideas no llegan, las palabras se atropellan, pasa el tiempo y no acabamos el libro. Cuando el libro se hace en conjunto con otro u otros autores el problema se multiplica a veces de manera alarmante.
            La segunda pregunta que un escritor debiera hacerse es ¿Qué diferencias, ventajas y aportaciones ofrece mi libro, comparado con otras obras similares, si las hubiere?
            ¿Qué título? ¿Cuántos capítulos? ¿Qué extensión? ¿A qué público está dirigido? y otras, tienen la mayor importancia en concordancia con el fin propuesto.
            Ya terminado o en su curso, el autor quisiera tener opiniones de sus pares, preferentemente, y debe uno aceptar que estas no siempre sean buenas y con ellas, si es posible, mejorar su trabajo.
            Después viene lo más problemático para un autor novel, sin padrino, “sin historial,” sin apellidos García Márquez o Vargas Llosa, entre otros: la búsqueda de un posible editor. Un paso importante previo es haber hecho el registro de la obra en la oficina del Derecho de Autor.
            De acuerdo a la naturaleza del libro el autor selecciona una, dos o más posibles casas editoriales que pudieran interesarse en él. Para tal efecto, el libro debe presentarse con ellas de la mejor manera posible y… esperar sentados o abrir el bolsillo y editarlo por cuenta propia.
            Las respuestas del editor en su caso y si es que le contestan o cuando menos le envían un “acuse de recibo” de su obra, suelen ser:
            “Agradecemos cumplidamente la confianza depositada en nuestra casa editora al enviarnos a consideración su libro tal… Sin embargo, nuestro programa editorial está actualmente cubierto y por tanto no estamos en condiciones de aceptar su meritorio trabajo.”
            “El gran problema por el que atraviesa actualmente la industria editorial en el país, nos limita importantemente en la adquisición de nuevos compromisos editoriales.”
            “El libro me parece estupendo, pero su edición ya no representa un negocio para nosotros, le sugerimos proponérselo a una empresa farmacéutica (si se trata de un libro médico) para que ella lo compre, y nosotros haríamos con ellos la edición.”
            Otro editor al fin, y si es que lo logra, le contestará que sí acepta su trabajo y le cita para acordar los pormenores de su edición.
            Hablaré ahora de la importancia, concretamente, de publicar un libro de medicina.7
            La principal característica de un libro de medicina frente a los generales es el tema, seguido de su terminología particular. Su especialidad se define por la temática. Tiene como objetivo y fin informar con precisión, claridad y economía a un receptor que está supuestamente al mismo nivel de comunicación que el emisor y que por lo tanto no tendrá problemas a la hora de decodificar el mensaje. Debe estar escrito con claridad, esto es, con oraciones bien construidas, ordenadas y sin sobreentendidos; con sencillez sintáctica.
Procurará ser preciso, evitando terminología ambigua y subjetiva.
Deberá tener verificabilidad, es decir, veracidad de los enunciados comprobables tanto ya por leyes científicas como de hipótesis y estar, enfáticamente actualizado.
Otra característica deberá ser la universalidad: Posibilidad de que en cualquier parte del mundo la obra pueda ser entendida por cualquier miembro del grupo al que va dirigida.
Y, por último, pero no por ello menos importante, deberá contar con objetividad, dando primacía a los hechos y datos sobre las opiniones y valoraciones subjetivas del autor.
 
Actualmente los avances tecnológicos e informáticos permiten la elaboración de libros en formato electrónico. Tiene sus ventajas, pero yo prefiero el libro impreso en papel y creo que sobrevivirá por mucho tiempo más.
Los libros son uno de los interfaces (En informática, el vocablo interfaz se refiere a la dinámica física y lógica de interconexión entre dos aparatos o sistemas independientes, o bien entre un sistema informático y su usuario humano) más estables que la humanidad haya desarrollado, cápsulas de sentido que circulan a través del tiempo y el espacio, propiciando la comunicación entre seres humanos, generando comunidades de intereses y de saber.8
Para terminar, es oportuno recodar las siguientes frases:
 
Un libro abierto es un cerebro que habla;
Cerrado un amigo que espera;
Olvidado, un alma que perdona;
Destruido, un corazón que llora.
 
La capa de polvo de cubre a un libro en una biblioteca pública,
es directamente proporcional a la cultura de la población en la que éste se ubica.
 
Es probable que el organismo de los nuevos nativos digitales
cree otras redes neuronales que les permitan preferir lo electrónico
al papel, pero mientras tanto, hoy el resto de la población
sigue prefiriendo el contacto con las históricas hojas.


1 Homo sapiens. http://es.wikipedia.org/wiki/Homo_sapiens
2 Conocimiento. http://es.wikipedia.org/wiki/Conocimiento
3 http://aulasvirtuales.wordpress.com/category/fundamentos-socioculturales/
4 Richard Dawkins. El gen egoísta. http://es.wikipedia.org/wiki/El_gen_ego%C3%ADsta
5 Mnemosine diosa de la memoria. http://www.fotolog.com/mastershaka/96206213
6 Georges Orwell ¿Porqué escribo? http://www.1001libros.com/george-orwell-%C2%BFpor-que-escribo/
7 Características textos científicos. http://www.mitecnologico.com/Main/CaracteristicasTextosCientificos
8 De Joaquín Rodríguez en El libro 2010. http://www.madrimasd.org/blogs/futurosdellibro/2007/03/29/62547: