lunes, 1 de diciembre de 2025

Galimatías de la Democracia

 

Galimatías de la Democracia.


Dr. Xavier A. López y de la Peña


La palabra democracia proviene del griego antiguo δημοκρατία y fue acuñada en Atenas en el siglo V a. C. a partir de los vocablos δῆμος (demos «pueblo») y κράτος (krátos, «poder» o «gobierno»), esto es, el gobierno   por el pueblo.
Este concepto de democracia vio la luz cuando los atenienses nombraron al político Clístenes para que organizara una nueva forma de gobierno, en oposición al hasta entonces “draconiano” impuesto por aristócratas y tiranos, al establecer como principio básico la isonomía o la igualdad de todos los ciudadanos de Atenas ante la ley.
Actualmente la democracia, como aquí la consideraremos, se define como el sistema político en el cual la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes.
Clístenes
(507-570 a.C.)

Sin embargo, el término democracia no tiene un significado único de la realidad entre los ciudadanos, sino que posee un grupo importante y variado de significados e interpretaciones por lo que se le considera una palabra polisémica que, por tanto, se corresponde con un discurso oscuro, confuso y difícil de comprender que suele llevar a una ofuscación, lío u enredo tremendo: un verdadero galimatías uniendo tanto la riqueza como la tensión que encierra la propia palabra. 
Por lo anterior nos preguntamos ¿Cómo entendemos la democracia los ciudadanos en México? y ¿Cómo se valora la democracia en México a nivel mundial?
Para responder a la primera pregunta hay que saber que México es un país profundamente pluricultural y multiétnico: indígena, mestizo, urbano, rural, del norte, del sur, migrante, empresarial, campesino, tradicional o cosmopolita. Por tanto, la democracia, no se vive y entiende entonces como una sola cosa, sino como un mosaico de interpretaciones: Para algunos es sólo acudir a votar y para otros es participación comunitaria (usos y costumbres), en otros más es justicia social y programas públicos o -en los sectores urbanos en particular-, es transparencia, alternancia, derechos y contrapesos y para otros más puede ser mano dura ante la inseguridad o seguir a un líder que represente al pueblo, o sólo estar preocupados e importarles qué comer y dónde vivir el día de hoy. Todo depende entonces del contexto cultural, social y económico en el que cada ciudadano viva.
Así también, existe el concurso de una polisemia “ideológica”: la liberal que propone libertades, leyes y control del poder; la socialdemócrata que busca la igualdad, el bienestar y la protección social; los populistas que se guían por la voluntad del pueblo y la mayoría moral; los comunitaristas que abogan por la identidad, los bienes comunes y la participación local y, finalmente, por los conservadores basados en el orden social, los valores tradicionales y la cohesión.
A pesar de esta variabilidad concurrente, el ciudadano no es simplemente un ser que elige el modo de gobierno al que deberá sujetarse a través de su “voto” y en cómo quiere vivir en un determinado régimen social, sino que debería constituirse como un actor que interpreta la vida pública, que construye sentido con los demás y que participa en la formación de significados compartidos con empatía, apertura al otro, autocrítica y reconocimiento de que nadie posee la verdad única y absoluta. Esto es, vivir en un espacio donde las múltiples y variadas interpretaciones de la realidad puedan coexistir y dialogarse en paz y armonía.
Sin embargo, en México, el ciudadano se suele conducir como un intérprete altamente desconfiado ante su realidad “democrática”, hacia los partidos políticos, los garantes de la seguridad y el orden (policías y ministerios públicos) y las instituciones, y a la búsqueda de un significado narrativo constantemente oscilando entre héroes y villanos, élite y pueblo, fifís o chairos, patriotas o traidores.
¿Por qué se ha dado esta desconfianza?
Recientemente por la concentración de poder en la figura presidencial y la erosión de los contrapesos institucionales. Por la reforma al Poder Judicial como un intento de controlar los tribunales y que pueden comprometer su neutralidad y poner en peligro la protección de los derechos humanos. En el año 2023 la encuesta de Latinobarómetro, registró que solo el 30% de los mexicanos confiaban en los partidos políticos y menos del 40% confiaban en el Poder Judicial; los cambios en la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y en el Instituto Nacional Electoral (INE) con la reducción importante de sus presupuestos y la reforma para como elegir a sus consejeros, sugieren hechos para reducir la autonomía de estos órganos fundamentales1, entre otros más.
Por la violencia proveniente principalmente del crimen organizado y la exorbitante impunidad (sólo el 0.9% de los delitos cometidos tiene la posibilidad de ser resuelto)2; a estas fechas se registra en el país un total de 133 mil 190 personas desaparecidas y no localizadas y, según el Movimiento por Nuestros Familiares Desaparecidos en México,  hay 52 000 restos humanos aún sin identificar en todo el país y esta cifra no incluye los fragmentos óseos recuperados de los lugares de ejecución;3 la criminalidad (33,241 homicidios en 2024, con una tasa de 25.6 por cada 100 mil habitantes) aunados a la falta de investigación y justicia; los ataques a la libertad de expresión y la represión de los medios con asesinatos a periodistas (175 en total, del año 2000 hasta ahora) y un discurso presidencial hostil hacia ellos llamándolos -entre otros deleznables epítetos-, carroñeros, enemigos del pueblo, conservadores, neoliberales.
Por la desigualdad socioeconómica y exclusión política que se vive y por el uso de varios programas clientelistas (Pensión para el Bienestar de las Personas Adultas Mayores y Jóvenes Construyendo el Futuro, como ejemplos) que abonan el terreno de intercambio de votos por beneficios sociales como empleo, apoyos y dinero, particularmente de este último; por el ascenso del populismo (discurso que apela directamente a las clases populares, enfrentándolas a una élite considerada corrupta y egoísta) y la concentración de poder en la figura presidencial que tilda a los opositores políticos o no, con términos despectivos con lo que se genera un ambiente hostil para el debate democrático y la libre expresión.
Por la corrupción en la que, según el INEGI en el año 2023, 83% de las personas consideraron que la corrupción en México sigue siendo un problema “frecuente o muy frecuente” y también que 6 de cada 10 mexicanas y mexicanos fueron víctimas de corrupción o extorsión policial en 2023. Estos datos nos ubican en el lugar número 18, del grupo del G-20, con un Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) de 26 en el año 2024, sólo por arriba de Rusia.4
Todo lo anterior ha llevado a que se interprete a la democracia en el país como una “democracia en fatiga” donde el ciudadano sigue considerando que, aunque la democracia siga pensandose como una estrategia política ideal, los resultados no se reflejan en su vida cotidiana.
Ahora, repetimos la segunda pregunta: ¿cómo se valora la democracia en México a nivel mundial?
Sábese que para evaluar el grado de democracia en una determinada nación suelen considerarse, entre otros, los siguientes indicadores: Si las elecciones nacionales son libres y justas, si los ciudadanos pueden competir por cargos públicos y si hay un pluralismo político; si en las libertades civiles se incluyen la protección de los derechos fundamentales, como la libertad de prensa, de expresión y de reunión, así como la seguridad personal de los ciudadanos; el cómo funciona el gobierno de acuerdo con su eficacia para implementar políticas, su capacidad de respuesta a las necesidades de la población y la transparencia en su gestión; medir el grado en que los ciudadanos participan activamente en la vida pública, más allá del voto, y si tienen mecanismos para influir en las decisiones del gobierno; la actitud y los valores de la sociedad (cultura política) respecto a la democracia, el compromiso cívico y la disposición de los ciudadanos para participar en el proceso democrático; la garantía de los derechos políticos de los ciudadanos; la igualdad de género; la capacidad de los ciudadanos para controlar el poder político a través de mecanismos como el acceso a la información y la transparencia, y se evalúa si se cumplen las garantías del Estado de derecho y los procesos bajo las leyes actuales establecidas.
Bajo estos indicadores y algunos otros más México -en su evaluación-, ha oscilado en el Índice de Democracia Global de ser catalogado entre el grupo de las que denominan como "democracias defectuosas" a la de “régimen híbrido” actualmente. De acuerdo con el reporte publicado por el The Economist Intelligence Unit, con una calificación de 5.32 sobre 10, por encima de varios estados latinoamericanos; a pesar de este avance, el país se mantiene hoy, como referimos antes, en la categoría de “régimen híbrido”, que combina elementos democráticos con características autoritarias.5
            Nuestra anhelada y escurridiza democracia sigue dando trompicones oscilantes entre el caudillismo militar y las élites conservadoras patentes en nuestra Constitución de 1824 y el ulterior autoritarismo institucionalizado en pos de una verdadera democracia.
De la llamada “democracia tutelada”  liderada por el partido dominante PRI  o la “dictadura perfecta” como la nominara el escritor Mario Vargas Llosa, al fallido balbuceo de su “transición” abanderada por el PAN, hasta nuestros tiempos en que nos encajonamos en un régimen de “democracia delegativa” con MORENA, término así definido por el politólogo argentino y teórico de la democracia, Guillermo A. O’Donnell, en donde -define-la ciudadanía elige libremente a sus gobernantes, pero luego éstos gobiernan sin rendir cuentas, asumiendo que el triunfo electoral les otorga un mandato para actuar sin restricciones.
Así, vemos que nuestro presidente/a tiende a presentarse como intérprete exclusivo de la voluntad popular (atosigándonos con lo de que el pueblo es el que manda), debilitando los contrapesos institucionales (poder legislativo y judicial) y reduciendo la participación ciudadana a un acto electoral. La democracia se vuelve, así, plebiscitaria y personalista, más cercana al liderazgo carismático con tintes autoritarios que al deseable equilibrio republicano.
Acabemos:
La democracia, en términos generales, puede considerarse también de dos maneras: como un estado o como un proceso. Desde la perspectiva institucional o jurídica es un estado (Estado democrático), una condición estructurada y establecida como queda registrado en el Artículo 40 de nuestra Constitución que señala: Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una República representativa, democrática, laica y federal, compuesta por Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, y por la Ciudad de México, unidos en una federación establecida según los principios de esta ley fundamental.
            Así también es considerada un proceso, un proceso inacabado que requiere de una participación ciudadana activa y constante que sostenga, amplíe, perfeccione y adecúe en su tiempo una cultura de empático diálogo, tolerancia y rendición de cuentas de sus instituciones para ello creadas, con el fin de lograr una convivencia social armónica y pacífica en la que imperen la libertad, la justicia, la igualdad y el respeto a los derechos humanos adaptada a nuestras nuevas y cambiantes realidades.
            Alcanzar la meta de conseguir nuestra verdadera e idealizada democracia nos hará decir, con orgullo, un mínimo de “cuatro verdaderas tes”:
Tengo un gobierno que libremente elegí y me representa. Tengo confianza en las instituciones. Tengo seguridad y libertades. Tengo un trato igualitario y justo.

 

En otras palabras, recordamos lo dicho sobre la democracia por el político y estadista israelí, ganador del Premio Nobel de la Paz de 1994, Shimon Peres:

 

La democracia implica una división, una colección de desacuerdos.
No es un lugar de gente similar sino gente diferente.
Su principio no es de igualdad sino de igualdad de derechos para que cada quien sea diferente y, no obstante, las diferencias y los puntos de vista variados, sea posible vivir juntos y sin violencia.
La democracia es la historia de la pluralidad y la tolerancia, no de la victoria y la imposición.
Por ello no hay victorias en la democracia, hay paz y la Paz es la verdadera victoria de la vida política de los pueblos. 6


1 . file:///C:/Users/xalop/Downloads/F00017303-Latinobarometro_Informe_2024.pdf
2 . https://www.impunidadcero.org/impunidad-en-mexico/#/
3 . https://icmp.int/es/los-desaparecidos/donde-estan-los-desaparecidos/mexico/
4 . https://www.tm.org.mx/indice-de-corrupcion-confirma-el-mandato-social-de-enfrentar-de-raiz-la-corrupcion-en-mexico-transparencia-mexicana/
5 . Ricardo del Muro. Índice Político. En: https://indicepolitico.com/mexico-mejora-su-posicion-en-el-indice-de-democracia-global/#:~:text=M%C3%A9xico%20avanz%C3%B3%20seis%20posiciones%20del%20lugar%2090,mantiene%20en%20la%20categor%C3%ADa%20de%20%E2%80%9Cr%C3%A9gimen%20h%C3%ADbrido
6 . https://etimologias.dechile.net/?democracia

sábado, 1 de noviembre de 2025

Réquien para los espantapájaros.

 

Réquiem para los espantapájaros.
¿Una advertencia?

Dr. Xavier A. López y de la Peña



Después de haber realizado recientemente un viaje cruzando por algunos estados del centro de México en autobuses comerciales, pude disfrutar la vista a través de ventanilla de lo habido en el trayecto lejos de mantener la mirada pegada al camino asfaltado y sus señalizaciones para conducir de manera segura y de forma casi monótona, dejando con ello de “mirar” al circundante entorno y que me llevó a reflexionar sobre los espantapájaros.
El espantapájaros por definición, es una cosa que por su representación o figura es causal de un infundado temor que el agricultor pone en sus sembrados y en los árboles para ahuyentar a los pájaros que los pudiesen dañar y que durante siglos ha sido una figura icónica en los campos agrícolas. Su función -de alguna manera-, ha sido a la vez tan práctica como simbólica representando la relación ancestral entre el ser humano y la tierra, y su existencia depende del miedo que inspira, y su eficacia reside en la ilusión de humanidad que proyecta.
            Así, me percaté casi de manera inconsciente de que en los múltiples y variados campos de cultivos por los que atravesé, no se veían los tradicionales espantapájaros por lo que me pregunté: ¿Por qué ya no se ven los espantapájaros en los campos mexicanos? Esta herramienta agrícola ahora ausente en el campo, a la vez, nos lleva a hacernos otra pregunta: ¿Qué somos, sino figuras entre el trabajo y la representación, entre la conciencia y el simulacro?
            Vamos por partes.
La historia y evolución de los espantapájaros está ligada, como hemos dicho, a la agricultura y los primeros registros conocidos se remontan al Antiguo Egipto (desde el Neolítico -10 000 a. C., época en que apareció y se generalizó la agricultura y el pastoreo de animales, dando origen a las sociedades agrarias-, hasta la época romana) donde los agricultores colocaban figuras representativas humanas en campos de trigo a lo largo del Nilo para proteger sus cultivos.
En la Grecia clásica, figuras del dios Príapo se colocaban en las zonas rurales, particularmente, donde la gente lo invocaba para asegurar la fertilidad de la tierra y el ganado; su apariencia grotesca y fálica servía para asustar a las aves y proteger los viñedos.
            Los espantapájaros del Japón feudal gobernado por shogunes (1185-1603) eran figuras hechas con trapos, sombreros y paja nominadas "kakashi" que los agricultores ponían en sus campos para espantar pájaros y otros animales.
En Europa durante la Edad Media (siglos V y XV) inicialmente los campos solían estar protegidos de sus aves por niños que se ocupaban de espantarlas, para luego empezar a emplear figuras humanas hechas de paja, vestidas con ropas viejas.
            Ya entrando al siglo XX a medida que avanzaba la tecnología e industrialización los espantapájaros, hasta entonces tradicionales, comenzaron a ser reemplazados por dispositivos más modernos: cintas reflectantes, redes anti aves, ruidos automatizados, emisores ultrasónicos y más.
También desaparecen los espantapájaros porque en algunas regiones han disminuido las aves a causa de la pérdida de sus hábitats, del uso de pesticidas que eliminan los insectos de que se alimentan un grupo de ellas, por los cambios climáticos o migratorios que sufren, por la sustitución de algunos cultivos como el maíz y el sorgo, por otros como agave, cítricos, aguacate o por el empleo de invernaderos. De igual manera, las generaciones jóvenes tienden a dejar atrás las tradiciones agrícolas al paso de la creciente urbanización y la migración que impulsan su abandono.
            Podría parecer trivial referirnos a la desaparición de los espantapájaros en los campos agrícolas; sin embargo, ello representa un ejemplo profundamente simbólico que refleja una transformación impactante en nuestra relación con la naturaleza y, especialmente, con lo natural. Esta relación es ahora casi virtual, en la que la tierra es vista básicamente desde la óptica de la eficiencia económica y la productividad sin, generalmente, consideraciones ecológicas. El espantapájaros es entonces una víctima más del mismo proceso que está llevando a la extinción de especies, de paisajes y de formas de vida ancestrales en la desconexión ocurrente entre lo humano y lo natural mediada por dispositivos que operan bajo un paradigma de control y rentabilidad, olvidando la armonía y el equilibrio de tiempos pasados.
El espantapájaros, entendido ya como símbolo de esa conexión humana con la tierra ha sido ciertamente, en parte, víctima de esta “extinción” que experimentamos en esta era geológica que vivimos en la que la actividad humana (antrópica) ha sido un factor de cambio que ha alterado drásticamente el clima y el medio ambiente en el planeta, y que se ha denominado como “Antropoceno”. Su desaparición podría considerarse entonces como una metáfora de la crisis ecológica global y de la manera en que nuestra civilización ha optado por reemplazar su relación simbólica con la naturaleza por una visión expoliadora, utilitarista y mecanizada.
Fue el químico neerlandés Paul Josef Crutzen, premio Nobel de Química en 1995 quien nominó en el año 2002 a esta era geológica como “Antropoceno” cuyo impacto nos está conduciendo a la considerada “sexta extinción masiva”, esto es, al evento en el que desaparece un alto porcentaje de la biodiversidad, con frecuencia el 75% o más de las especies, en un determinado período de tiempo.
Entre las causas contribuyentes a  esta “extinción masiva” está la llamada deforestación que es pérdida permanente de bosques y selvas, causada particularmente por actividades humanas como la agricultura, la ganadería, la tala y la minería, y por causas naturales como incendios, caza ilegal y otras, que llevan a la pérdida de biodiversidad (más del 70 % de los animales y plantas viven en áreas forestales), a la erosión del suelo, la alteración del ciclo del agua y la contribución al cambio climático al liberar carbono a la atmósfera. Por esta deforestación se calcula que cada año estamos perdiendo unas 50 000 especies de plantas y animales (incluidos insectos). 1
            Otra causa es la denominada defaunación, término acuñado por el mexicano doctor en biología, Rodolfo Dirzo Minjarez, que define como la extinción global, local o funcional de poblaciones o especies animales de comunidades ecológicas, particularmente de mamíferos de gran tamaño. Este autor señala que el número de especies que se han extinguido totalmente de la faz de la Tierra es cercano a 400 desde el año 1500 y que esta velocidad es entre cien y mil veces más alto de lo que normalmente ocurre cuando no hay procesos de extinción masiva. Señala también que: "De todos los insectos con tendencias poblacionales documentadas por la UICN [203 especies de insectos en cinco órdenes], el 33% están disminuyendo, con una fuerte variación entre órdenes". En el Reino Unido, "entre el 30 y el 60% de las especies por orden tienen tendencias decrecientes". Los insectos polinizadores, "necesarios para el 75% de todos los cultivos alimentarios del mundo", parecen estar "en fuerte declive a nivel mundial, tanto en abundancia como en diversidad", lo que se ha relacionado en el norte de Europa con el declive de las especies vegetales que dependen de ellos. El estudio se refería a la pérdida de vertebrados e invertebrados causada por el hombre como la defaunación antropocena.2,3
            En cuanto a las aves, incluido en ellos el orden de los pájaros (paseriformes), la disminución de ellos es también alarmante: el 11% de todas las especies se encuentran amenazadas, el 61% del total han registrado descensos en todo el mundo y tres de cada cinco especies de aves tienen poblaciones en merma. Esto representa un peligro para los ecosistemas ya que ayudan a polinizar las flores, dispersar semillas y controlar plagas.4
            Con este vistazo a unas aristas sobre la “extinción masiva” o “Antropoceno” ¿para qué queremos o necesitamos utilizar ya espantapájaros?
Este objeto constitutivo del umbral entre lo humano y lo artificial, simulación engañosa para los pájaros, símbolo del trabajo agrícola, del cuerpo que cuida la tierra, aún en su ausencia. Figura que tanto puede aterrorizar entre el ser y parecer, como representar la soledad, el abandono o la persistencia.
Podría considerársele también como un objeto apotropaico, -esto es, utilizado para alejar el mal o protegerse de él, de malos espíritus o de algo mágico o maligno en particular como ocurre con las gárgolas o la figura del dios Príapo referida arriba.
El espantapájaros es, así, un objeto y figura existencial sin existencia, con una función que no entiende y en medio de algo que no le pertenece ni lo reconoce ni le importa.

Finalmente, como paradoja para nuestro tiempo Antropoceno (o de la “Sexta Masiva Extinción”), el espantapájaros, como un objeto humano creado para ahuyentar la vida, se ha convertido en el ausente espantapájaros del planeta que se mantiene en la sombra, avizorando hacia un horizonte vacío y árido sin aves que ahuyentar ni semillas para sembrar. Recordatorio de lo que hemos perdido y de lo que aún podríamos recuperar.
Así habla esta composición o réquiem que se podría llegar a cantar con el texto biológico aprisionado tras el pentagrama de la vida en una misa de naturaleza difunta, si no nos preocupamos y ocupamos en darle necesaria y urgente solución.


1 . https://es.wikipedia.org/wiki/Deforestaci%C3%B3n
2 . https://www.gaceta.unam.mx/defaunacion-en-los-linderos-de-la-sexta-extincion-masiva/
3 . Dirzo, Rodolfo; Young, Hillary; Galetti, Mauro; Ceballos, Gerardo; Isaac, Nick; Collen, Ben (25 de julio de 2014), «Defaunation in the Anthropocene», Science 345 (6195): 401-406, PMID 25061202, doi:10.1126/science.1251817.
4 . https://www.infobae.com/espana/2025/10/13/mas-de-la-mitad-de-las-especies-de-aves-del-mundo-estan-en-declive-los-lideres-se-reunen-para-abordar-la-crisis-de-extincion/

miércoles, 1 de octubre de 2025

Hybris de la IA y su Némesis.

 

Hybris de la Inteligencia Artificial y su Némesis 

La IA como símil prometeico de la chispa robada a los dioses,
si no se diseña y utiliza con límites se convertirá en apocalíptico incendio.
Su némesis será la frontera de aquello que quiso sustituir,
Imagen generada con IA

la fragilidad, inteligencia, memoria y dignidad de lo humano.


Dr. Xavier A. López y de la Peña

La disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico, es la que se ha dado en llamar Inteligencia Artificial (IA), término acuñado en 1955 por John McCarthy, profesor asociado de matemáticas en el Dartmouth College, EUA, al organizar un panel de ideas para desarrollar “máquinas pensantes”.
La IA podría equipararse entonces como un instrumento tecnológico que llamaríamos prometeico. De Prometeo, el ingenioso Titán mitológico griego que trajo el fuego robado a los dioses para dárselo a la humanidad, por lo que se le simboliza entonces como figura bienhechora y protectora de los mortales, de la prosperidad el progreso y la civilización.
            Sin embargo, el enorme potencial que nos ofrece esta IA puede caer en una catastrófica hybris tecnológica, esto es, el creer que podemos controlarlo todo.
Etimológicamente el vocablo hybris proviene del griego antiguo ὕβρις (hýbris), que significa arrogancia, altanería, insolencia, desmesura, exceso o desenfreno. Se asociaba con el verbo υβρίζω (hybrízō), que implicaba un comportamiento arrogante, la provocación y el insulto hacia otros, así como la transgresión de los límites humanos y divinos, llevando a la transgresión y a la ruina del individuo que cae en ella. Como consecuencia actuaba entonces la diosa de la mitología griega Némesis, diosa de la justicia retributiva que se encargaría de castigar dicho descontrol o desenfreno: la hybris.
Su némesis entonces, sería la consecuencia de su exceso y defectos con respuestas varias como -entre otras-, la pérdida de autonomía humana, desigualdad económica y social extrema, o de tecnologías fuera de control.
De entrada, la IA ya tiene su némesis en problemas externos e internos que ponen en jaque su desarrollo:
Entre los primeros está la enorme demanda de energía, agua e insumos que se requieren para su operación y puesta en marcha. De hecho, la Agencia Internacional de la Energía estima que el consumo mundial de electricidad de los centros de datos computacionales tendrá una cifra que podría superar los 1,000 Tera vatios-hora (TWh) en 2026, lo que representa aproximadamente el equivalente a todo el consumo eléctrico de Japón.
Un informe de 2024 estimó que, en 2023, los centros de datos de EU consumieron 64 mil millones de litros de agua directamente a través de la refrigeración; simplemente en 2022, Google utilizó 19,700 millones de litros (5200 para refrigerar sus centros de datos y proyecta que para 2028, esas cifras podrían duplicarse, o incluso cuadruplicarse.1
En cuanto al costo de insumos se estima que el chip cuántico de Google Sycamore, una de las tecnologías de procesamiento cuántico de Google, tuvo un costo superior a los 50 millones de dólares para su desarrollo y, además, no está a la venta.
En el terreno ético, su némesis se da en primer lugar cuando reemplaza vínculos humanos esenciales en la socialización, educación, cuidado, creatividad, innovación y otras que contribuyen a la pérdida de lo inherentemente humano como núcleo de la civilización; cuando se le utiliza para explotar vulnerabilidades como ocurre con la pornografía no consentida o la manipulación emocional en varios órdenes; cuando produce injusticias como la discriminación, inequidad y cuando se generan datos sesgados que pueden conducir al racismo, sexismo o sectarismo.
            Socialmente la IA tiene como némesis diversas reacciones humanas frente a sus abusos como lo es la desconfianza pública y el rechazo ante las llamadas deepfakes (imágenes, audios o videos manipulados o creados utilizando IA) y la manipulación electoral y el surgimiento de varios movimientos culturales como la defensa del arte humano frente a la creación automatizada.
Por ejemplo, la IA llamada generativa tiene la capacidad de crear algo nuevo y original a partir de los datos que ha aprendido -de múltiples autores-, ya en imágenes, audio, video o código, basado en un modelo denominado deep learning o aprendizaje profundo, para generar respuestas, ideas o elementos completamente nuevos en lugar de simplemente procesar o analizar información existente, pero sin que en ello intervengan vivencias o experiencias, emociones o intenciones; es pues una máquina que crea emulando y combinando patrones sin sentido humano. Es, de esta manera, un producto de “creatividad algorítmica”sin alguna intencionalidad ni emotividad humana.
La IA aplicada particularmente en el campo de la salud modela una frontera emergente y prometedora, pero, sin embargo, plantea múltiples y serios desafíos bioéticos trascendentes a saber:
En primer lugar, está la despersonalización en la atención y el cuidado médico. La IA puede afectar el contacto interpersonal paciente-médico rompiendo la comunicación bidireccional y empática entre ellos, eliminando el vínculo vivencial-emocional terapéutico en detrimento de su atención y promoción al bienestar.
Confidencialidad y privacidad en los datos de salud. Se mantiene latente la preocupación de cómo mantener y proteger estos datos extremadamente sensibles ante el riesgo de que pudieran ser hackeados o utilizados sin el consentimiento adecuado del sujeto y que pudieren ser utilizados para discriminar o explotar en contextos de los seguros de salud o empleos.
También existen barreras en la claridad y transparencia acerca de las conclusiones que la IA ofrezca para tomar decisiones en situaciones de salud críticas, como consecuencia de posibles sesgos u omisiones en la programación que pudieran haberle dado sus propios desarrolladores y la dificultad de entender, cabalmente, cómo demonios la máquina llegó a llegar a estas decisiones. Aún más, ¿quién se responsabilizará por ello si el resultado del diagnóstico o el tratamiento fueron inapropiados?
            La posibilidad de manipular con la IA datos de salud para favorecer ciertos intereses corporativos para promover el empleo de medicamentos o procedimientos médicos innecesarios (consultas “preventivas”, análisis de laboratorio o de gabinete varios) también están en la mira.
            Para otorgar un consentimiento informado ¿Cómo se puede garantizar que el paciente comprenda y consienta de manera correcta en uso de la IA en su diagnóstico y tratamiento? Se abre entonces la posibilidad de dar entrada a un paternalismo tecnológico en la atención de la salud priorizando la decisión “algorítmica” sobre la autonómica humana.
            El empleo de la IA por su altísimo costo actualmente tampoco está al alcance de todos, particularmente en países en vías de desarrollo y poblaciones vulnerables por lo que se hace necesario que se implementen políticas públicas que fomenten la distribución equitativa de la tecnología para garantizar que se eliminen las disparidades en la salud frente a esta novedosa herramienta.
            Es necesario también intervenir en la regulación de la mejora humana cognitiva y física con empleo de la IA con limitaciones en la modificación o mejoría de las capacidades humanas más allá del tratamiento de enfermedades, como el caso de la mejora cognitiva o el uso de tecnologías para modificar genéticamente a un paciente.
            ¿En dónde quedan la responsabilidad y el control legal con el uso de la IA? ¿En el desarrollador, en el proveedor, en el profesional de la salud que lo utiliza o en el propio paciente?
            ¿Quién cubre los daños y los compensará?
Dicho de otra manera, la némesis despierta y alerta sobre la necesidad de frenar, corregir o incluso prohibir ciertos usos de la IA. No es un único enemigo externo el que tiene, sino un conjunto de límites naturales, éticos, sociales y tecnológicos que emergen como respuesta a su propia hybris determinada en su crecimiento acelerado.
Además, la infraestructura de la IA puede ser susceptible a fallos involuntarios o ataques premeditados lo que puede llevarnos a un “apagón digital” que interrumpiría servicios tan esenciales como agua, transporte y hospitales; bloqueo en la comunicación y la información que paralizaría la actividad económica; pérdida de datos de gran importancia, daños a la cadena de suministros y a varios servicios tecnológicos entre ellos interconectados.
Los riesgos de un apagón digital son generalizados e incluyen la interrupción de servicios esenciales (agua, transporte, hospitales), la pérdida de acceso a información y comunicaciones, la paralización de la actividad económica y la potencial violación de derechos fundamentales como la libertad de expresión. Un apagón también puede causar pérdidas de datos, fallos en la cadena de suministro y un impacto económico severo, además de exponer la vulnerabilidad de los sistemas tecnológicos interconectados. Por ello, la Agencia Europea de Ciberseguridad subraya que los sistemas energéticos del futuro deberán ser más resilientes, incorporando fuentes de energía descentralizadas (como microrredes solares o baterías comunitarias) para evitar apagones totales, entre otras medidas urgentes.3
Finalmente deberemos no olvidarnos que ya desde el año 1968, en pleno apogeo del movimiento contracultural, el filósofo y novelista estadounidense Theodore Roszak expresaba sus ideas sobre el papel de la ciencia y la tecnología en el mundo contemporáneo; aplicable ahora en nuestro caso a la IA diciendo:
Cualesquiera que sean las aclaraciones y los adelantos benéficos que la explosión universal de la investigación produce en nuestro tiempo, el principal interés de quienes financian pródigamente esa investigación seguirá polarizado hacia el armamento, las técnicas de control social, productos comerciales, la manipulación del mercado y la subversión del proceso democrático a través del monopolio de la información y el consenso prefabricado.4
Liberémonos -en la medida de lo posible- del llamado Síndrome de Frankenstein que se refiere al temor de que las mismas fuerzas utilizadas por el ser humano para controlar la naturaleza se vuelvan contra nosotros, destruyendo a la humanidad,5 por ello digamos:

Escúchame IA.
Yo, tu Némesis, no soy tu enemiga,
soy tu frontera.
Y en esa frontera,
se medirá la grandeza de la humanidad que te creó.


1. https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/china-toma-delantera-llevar-inteligencia-artificial-espacio-20250526-760733.html
2 . Ricardo Martínez. Inteligencia artificial: transforma el arte y redefine la creatividad. noviembre 15, 2024. https://unamglobal.unam.mx/global_revista/inteligencia-artificial-transforma-el-arte-y-redefine-la-creatividad/
3. https://es.gizmodo.com/apagones-en-la-era-digital-que-tan-vulnerables-somos-realmente-2000162872
4 . The Making of a Counterculture; From Satori to Silicon Valley is based on Roszak's 1985 Alvin Fine Memorial Lecture at San Francisco State University.
5. https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%ADndrome_de_Frankenstein

lunes, 1 de septiembre de 2025

Homo desertor.

 El humano como desertor
de la naturaleza. 

Durante mucho tiempo nos han hecho creer que somos la humanidad
y nos hemos alienado de este organismo del que formamos parte, la Tierra,
pensando que ella es una cosa y nosotros somos otra: la Tierra y la humanidad.
No percibo que haya algo que no sea naturaleza. Todo es naturaleza. El cosmos
es naturaleza. Todo en lo que consigo pensar es naturaleza.
 
Ailton Krenak. El mañana no está a la venta.

Dr. Xavier A. López y de la Peña.
 

Homo” es el género (unidad para la clasificación de organismos) al que pertenecemos los humanos modernos y otras especies extintas de homínidos, y el adjetivo y sustantivo “desertor” es una palabra del latín “desertor, desertoris”, que significa “el que abandona” y que se deriva a su vez del verbo latino “deserere”, que significa “abandonar, separarse de”. Este verbo se forma a partir del prefijo “de” (separación) y el verbo “serere” (enlazar, entrelazar). Por lo tanto, “deserere” implica deshacer o cortar la conexión con algo. Por todo ello consideramos que con el título de este ensayo “Homo desertor” nos referiremos a la desconexión u oposición del ser humano con la naturaleza, es decir: Homo ut desertor vel contra naturam.
    El ser humano primitivo haciendo conciencia de su entorno natural, de sí mismo y de los otros, mirando al cielo estrellado e interpretando los fenómenos naturales ocurridos, empezó a discurrir también sobre la pertenencia (lo mío y lo tuyo), su lugar (aquí o allá), lo bueno y lo malo, lo sano o enfermo, la vida y la muerte, y la posible trascendencia. Se preguntó así también sobre todo ante sus ojos: el ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿por qué?, ¿para qué? e inició su camino en la búsqueda de su lugar en la naturaleza y sintió que debía salir de la piel del mundo para conquistarla, conocerla, poseerla. Corrió entonces hacia su dominio y control como un primer paso hacia su deserción de la naturaleza.
    La historia de la humanidad podría entonces no ser considerada como una historia de conquista, sino como una historia de huida: huida de lo que es natural, de lo que es incontrolable, de lo que está fuera de sus límites. Este movimiento de deserción no ha sido inconsciente, sino que se ha tejido, con deliberada atención, a través de milenios, como una serie de decisiones que, en su conjunto, han ido desgarrando el lazo sagrado entre el ser humano y la naturaleza.
    El pacto con la naturaleza entonces se rompe y, al no entender o comprender algo, le otorgó a ello un origen sobrenatural abriendo el camino hacia lo divino, el ser humano renunció pues a lo mundano, haciendo que lo terrenal ya no fuera suficiente para él. Se distanció de las raíces profundas que lo mantenían amarrado a la tierra y como una flecha lanzada hacia lo eterno, el ser humano, en su ansia por trascender, comenzó a perder el sentido de lo que lo unía a lo vivo y se sumergió entonces en un mundo creencial.
    Pronto, los generosos frutos que la tierra le ofrecía ya no fueron simplemente vistos como constitutivos de un lugar-hogar, sino como un territorio a conquistar. Así, con la llamada Revolución Neolítica el ser humano dejó de ser un habitante y se convirtió en un domesticador. La caza y la recolección dieron paso a la agricultura, y con ella, la sujeción de la tierra a un fin concreto, a una utilidad. La naturaleza dejó ya de ser algo que se vivía, algo con lo que se compartían ritmos y ciclos, y se convirtió en un objeto que debía ser trabajado, controlado, manipulado.
    Comenzamos a alterar los paisajes, a deforestar los bosques y transformar ecosistemas completos para el cultivo y la crianza de animales. Este cambio supuso la “primera gran ruptura” con un modo de vida más integrado con la naturaleza, marcando el principio de la desconexión o deserción que ha continuado hasta nuestros días.
    La naturaleza, que una vez fue madre y sustento, pasó a ser solo una explotable fuente de recursos. Pero esta apropiación más que material fue simbólica. Al comenzar a ver el mundo como una extensión de su propia voluntad, el ser humano comenzó a desconectar lo sagrado de lo natural. La relación con la tierra se hizo instrumental, y lo divino, lo trascendente, ya no residía en el viento ni en el río, sino en el más allá: un lugar al que debía llegar por encima de las leyes naturales, por encima del ciclo de la vida y la muerte. A través de la razón, se alzó como señor y dueño de su destino, como si pudiera escapar del tiempo mismo, de las estrellas y la tierra que lo formaban.
    La ruptura definitiva con la naturaleza se da desde el momento en que el ser humano se siente dueño de su propia mente. A partir de la Antigüedad clásica, con Platón y Aristóteles, la razón se erigió como el gran distintivo del ser humano. Mientras los animales siguen siendo seres que sienten, pero no piensan, el ser humano es el único que tiene alma, razón y conciencia. Esta división entre lo racional y lo irracional (lo humano y lo animal) se convierte en la gran piedra angular de la cultura occidental, y a su sombra, el ser humano se erige entonces como un ser desertor de la naturaleza.
    El pensamiento cartesiano lo refuerza. Cuando René Descartes introduce su famosa máxima: Cogito, ergo sum (pienso, luego existo) reduce el mundo a una pura idea, al separarlo de lo sensible, el ser humano se distancia aún más de lo vivo, de lo orgánico. La naturaleza ya no es algo que se vive y siente, sino algo que se observa desde fuera, desde una posición elevada, desde una mente que la controla, que la observa, que la racionaliza.
    La razón, entonces, no solo separa al ser humano de los animales; lo separa del mundo mismo. Ya no se ve a sí mismo como parte de un flujo eterno, de un ciclo biológico que lo conecta con todo lo vivo. Ya no forma parte de una naturaleza que lo acoge, que lo alimenta. Ahora se ve como una entidad autocontenida, destinada a dominar la tierra, a subyugar los elementos, a modelar el mundo según sus propios designios.
    La modernidad, la ciencia y la tecnología completan esta deserción del ser humano respecto a la naturaleza. El ser humano ya no solo ha escapado del bosque, sino que ha construido un nuevo mundo, uno donde la naturaleza es solo un recuerdo, una imagen arcaica que se conserva en los parques o en los documentales.
    Con la industrialización, el ser humano ha pasado de ser un artesano de la naturaleza a una máquina que se ha aislado en un espacio propio, cerrado, artificial. La tecnología le ha permitido crear su propio universo, apartado del ritmo de las estaciones, del ciclo de la vida. Y, a su vez, ha hecho que la vida misma se reduzca a un proceso mecánico, automatizado y lleno de confort. El ser humano ha dejado de ser sujeto de la naturaleza para convertirse en objeto dentro de una red que él mismo ha tejido.
    La inteligencia artificial, los algoritmos, las redes sociales, los teléfonos móviles… son todos signos de esta huida hacia un espacio que, aunque nos parece más vasto y prometedor, en realidad nos ha reducido, nos ha alienado. Ya no sentimos el sol sobre la piel con la misma intensidad que nuestros antepasados. Ya no escuchamos la lluvia como algo que nos habla en susurros. Estamos rodeados de “no-lugares”: esos espacios sin identidad, sin historia, donde ya no hay contacto con el elemento natural, donde los seres humanos se convierten en meros cuerpos que se desplazan, se comunican y consumen sin cesar en hábitats sintéticos.
    En esta deserción, el ser humano ha acumulado toda una carga de nostalgia, aunque sin saber bien de qué. Es así que aquellos que más lejos están de la naturaleza son los que más la idealizan. Los parques o bosques “urbanos”, los jardines artificiales recreando espacios geométricos, los spas que ofrecen tratamientos, terapias o sistemas de relajación, utilizando como base principal el agua, generalmente corriente, no medicinal; los eco-lugares turísticos, etc., en los que todos parecen ser lugares de solaz y recreo que intentan revivir algo perdido, algo que se quiere recuperar, pero que ya no se sabe cómo. Al igual que el ser humano que deserta de su origen, la naturaleza, en nuestra mirada, se convierte en algo nostálgico, algo que se añora, se busca, se recrea y se representa, pero que ya no se habita.
    Así, el ser humano, en su afán por trascender, ha creado un mundo que ya no le pertenece. Ha desertado de un mundo que ha perdido la frescura natural del aire, la estrepitosa vitalidad del río, la quietud del bosque y la sonoridad de los variados ruidos de la naturaleza, para habitar ahora en un mundo apiñado, climatizado, geométrico, de hormigón y acero, con ruido motriz y ulular electrónico, con luz artificial, hablando con máquinas y donde se olvida que el ser humano no solo es una mente que piensa, sino también un cuerpo que siente, una persona que se alimenta del mismo suelo y que comparte los mismos procesos, ritmos, genes y sangre con los otros seres vivos.
    Pero… tal vez no sea demasiado tarde. Seguramente el ser humano no pueda regresar a su estado original, a su conexión primigenia con la Tierra. Pero hay algo que puede hacer: Reconocer que somos naturaleza, que nuestra esencia y nuestra existencia más profunda -a pesar de todo-, está imbricada con el resto del mundo natural.
    En esta época de deserción, la conciencia se convierte en el primer paso hacia la reconciliación. Y tal vez, solo tal vez, esa conciencia sea el germen de un nuevo despertar: uno en el que el ser humano, ya no como dueño, sino como parte, pueda aprender a habitar aún la Tierra en equilibrio con reverencia, con humildad y con respeto.
No se trata de regresar a un pasado imposible ni de huir hacia un futuro artificial, sino de redescubrir lo que significa ser y estar en este mundo junto a todos los seres que lo habitan, respirando y compartiendo juntos el mismo aire, sintiendo el mismo sol. Y si hemos de ser desertores, que nuestra huida no sea hacia la nada, sino hacia la redención: una redención que nos permita volver a ser parte de lo que alguna vez fuimos.
Finalmente, el ser humano es definitivamente un desertor de la naturaleza, sí, y lo ha hecho con prepotencia, soberbia, miedo y ambición. Ha creado un mundo que lo separa irremediablemente de la naturaleza. Pero esa deserción no es necesariamente nefasta. Lo que se necesita para transitarla no es ya nostalgia, sino conciencia interactiva con ella. No una regresión, sino una transformación profunda de la mirada.
    Ser tanto más natural no significa renunciar a la cultura, sino reconocer que toda cultura tiene raíces biológicas, ecológicas, terrenales. Y que, si cortamos esas raíces por completo, nos convertimos en un árbol que ya no sabe de dónde viene, ni cuánto tiempo más podrá mantenerse en pie enfrentado a nuestros ya apremiantes desafíos ecológicos globales.

Bibliografía:

Oriol y Anguera, A. (1989). Antropología médica. Ed Interamericana, S.A. de C.V., México.
Davi Kopenawa y Bruce Alberts. (2023). La caída del cielo. Palabras de un chamán Yanomami. Traducción de Emilio Ayllón Rull y Jesús García Rodríguez. Capitán Swing.
Latour, B. (1991). Nunca fuimos modernos: ensayo de antropología simétrica (V. L. Riego, Trad.). Ediciones Paidós.
Aiton Krenak. (2020). El mañana no está a la venta. Companhia Das Letras.

viernes, 1 de agosto de 2025

Pertenencia.

 

Pertenencia a una profesión.

También esta noche, Tierra, permaneciste firme.
Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor.
Y alientas otra vez en mí
la aspiración de luchar sin descanso
por una altísima existencia.
 
“Fausto”, de Johann Wolfgang von Goethe


Dr. Xavier A. López y de la Peña

El médico cirujano norteamericano David H. Galloway (1852-1944) publicó en el año de 1896 algunas de sus experiencias profesionales en la ciudad de Aguascalientes, México.1
            En una de ellas da cuenta de que estando asistiendo a un joven mexicano gravemente enfermo en una pierna por una infección, hubo de improvisar prácticamente todo en ello para curarle; desde el lugar para intervenirle quirúrgicamente, quién o quiénes podrían asistirle, qué instrumentos y equipos habría de necesitar y hasta cómo habría de hacerlo.
            Las condiciones en las que trabajó fueron deplorables y de mucho riesgo, tanto que mientras le intervenía quirúrgicamente hubo de lanzar, el propio cirujano, múltiples baldes con agua hirviendo a la multitud inquieta y amenazante que se apiñaba en la puerta de entrada de la habitación en la que estaba operando al paciente y que gritaban: “¡lo están despedazando!, ¡lo están matando!, y más”, para que dejaran entrar la luz -ya que la habitación en que operaba no tenía ventanas-, y poder continuar con su procedimiento quirúrgico. En esta intervención fue auxiliado con la anestesia (cloroformo) dada por un dentista también norteamericano Frank C. Doty y con la asistencia de un niño de apenas 14 años.
Continuó con su trabajo a pesar de los insultos proferidos por la enardecida población y la abrupta intromisión de un familiar físicamente agresivo al que sometió el mismo cirujano con escalpelo en mano, gritándole (en inglés, por supuesto porque no hablaba español) y amenazándole con “arrancarle el hígado” si no se retiraba de allí de inmediato. El cirujano no detuvo su trabajo aún y a pesar de que el dentista que le ayudaba le pedía dejarlo ya, y solicitar asistencia a la guardia de la localidad.
            Al fin, todo salió bien después de un largo tiempo de recuperación postoperatorio y este suceso me llevó a reflexionar sobre el qué nos hace “pertenecer a una profesión” porque, independientemente de las dificultades que este médico cirujano afrontó, del riesgo que corrían él y sus auxiliares, el deseo de servir y ayudar al semejante con graves problemas de salud imperó en su conducta revelando en él, con esta única manifestación, una clara y espléndida “pertenencia profesional a la medicina”.
De hecho, lo que nos hace íntimamente pertenecientes a una profesión no es solo el título en ello adquirido, los honorarios o el salario percibido por el servicio o la rutina ejecutada en su práctica, sino un conjunto más profundo de elementos tanto personales, como éticos y existenciales en ello involucrados. Veamos algo de ello.

El filósofo alemán Martin Heidegger en su obra "Ser y Tiempo" de 1927 sostiene que la esencia del ser humano no está en el "tener" o en el "hacer", sino en el "ser", o mejor aún en el “poder-ser” que, aplicándolo al ejercicio de una profesión, se entendería como que todo lo que se hace en ella es parte de nuestra forma de estar en el mundo.

Para el sociólogo, también alemán, Max Weber, ejercer una profesión es responder a un “llamado” o vocación cuya pertenencia se alcanza cuando la persona entiende y vive su trabajo como una expresión de su destino tanto moral como social; y para el francés Jean-Paul Sartre que en su filosofía afirma que el ser humano está condenado a ser libre, refiere que la profesión “es” un acto de libertad, algo que nos define por dentro no por fuera, un acto de responsabilidad ante uno mismo.
En fin, para “pertenecer a una profesión” primero hay que sentir el llamado hacia ella, esto es, la vocación que lleva implícito un propósito determinado e identificarse con ésta sintiendo que tu manera de pensar, percibir y actuar se amolda de forma natural con las exigencias y valores de esa práctica, y aceptando con orgullo la responsabilidad moral que ello conlleva, y reconociendo y aprendiendo de nuestros errores para corregirlos y evitar repetirlos en adelante. De igual manera, es necesario demostrar maestría y pasión en ella esforzándonos en aprender y mejorar continuamente, innovando y creciendo tanto en sus habilidades como en la práctica.
Sábese que cada profesión posee un lenguaje, ceremonias o rituales, así como ciertos códigos no necesariamente escritos que deben ser entendidos, respetados y seguidos. Al hacerlo, gratamente se percibirá sentirse parte de ella, compartiendo conocimientos, valores, deseos y reconocimiento mutuo en la labor cotidiana; valorando a los colegas como pares, defendiendo la dignidad de la práctica y compartiendo éxitos y fracasos, memoria e historia en su hacer de cada día.
Dentro de la pertenencia a una determinada profesión está también la obligación de cumplir con las responsabilidades en ella adquiridas con puntualidad, ética y calidad, incluso en momentos difíciles; actuar con honestidad, respeto y transparencia; respetar las normas, leyes y principios que rigen la profesión y tratar a colegas y clientes con honestidad, equidad y dignidad; ser consciente del impacto de tus acciones; buscar mejorar tus habilidades y conocimientos constantemente y estar abierto a nuevas ideas, críticas constructivas y cambios.
            Todo lo dicho anteriormente no tiene nada de nuevo a lo ya referido incansablemente por muchos pensadores, así que a esta aproximación que puede sonar como catequística y sermonial (vocablo derivado de la palabra inglesa «sermon», que significa discurso religioso o moral. Puede interpretarse como una metáfora de guía o sabiduría) contrapone al profesional con la realidad actual.

¡Si!, la pertenencia a una u otra profesión, se enfrenta ahora a la realidad de un mundo globalizado, dado por la interconexión y dependencia de las naciones a través de los flujos de capital, información, mercancías, personas y cultura; capitalista cuyo sistema económico es dominante en el mundo moderno y caracterizado por la propiedad privada de los medios de producción, la competencia en los mercados y la búsqueda del beneficio económico, y mercantilista, centrado en la acumulación de riqueza en donde la búsqueda de la rentabilidad suele entrar en conflicto con los principios éticos.
Bajo estas circunstancias los médicos, al igual que otros profesionales, necesitan sentir a profundidad que su trabajo es útil a la sociedad y que su papel en ello es justamente valorado. No obstante, cuando se le oponen barreras políticas, económicas, sociales y laborales, suelen sentir una desconexión con su vocación. Experiencia que ha dado en llamarse como "despersonalización" en la medicina, donde el médico empieza a ver al paciente más como un caso, un cliente o un número que, como una persona, lo que lleva a afectar directamente a su atención.
De hecho, en México, como en muchos otros países los sistemas de salud suelen ser deficientes y desorganizados y, por tanto, las políticas públicas no suelen estar orientadas a la mejora de las condiciones laborales del personal de salud (médicos, enfermeros y otros) ni de proporcionar un equitativo acceso a los servicios de salud a la población general. Situación que genera limitación y frustración en el profesional ante el desorden y las deficiencias del sistema.
            También suelen enfrentarse a una burocracia y regulación excesiva cargada de trámites administrativos que obstaculizan su capacidad de enfoque en el paciente, lo que puede ocasionar una “desconexión” emocional con la profesión.
A laborar en sistemas de salud públicos mal remunerados donde se reciben salarios relativamente bajos si se comparan con los obtenidos en la práctica privada, les puede hacer sentir como “poco valorados”.
            Laborar con recursos limitados (ya por crisis económicas, recortes de presupuesto en salud, mala administración, mala distribución, corrupción y otros) para realizar procedimientos necesarios, escasez de medicamentos y equipos, y la sobrecarga de trabajo reducen la calidad de vida de los profesionales, sus capacidades operativas y su conexión con su vocación.
            Verse limitado en recursos, sobrecargado de trabajo, mal pagado e inadecuadamente valorado suelen ser combinaciones determinantes para que el profesional ejerza un trabajo deficiente y limitado, que a la luz pública suele percibirse como un servicio que no siempre se brinda con atención comprensiva y humana, haciendo que algunos profesionales se sientan no completamente aceptados dentro de la comunidad.
Ante este breve panorama, el sentido de pertenencia, en este caso de la medicina, como hemos visto no está lleno de dificultades. Hay que enfrentarse entonces a una serie de barreras estructurales y emocionales que, de no ser abordadas, pueden generar un sentimiento de desilusión con la profesión. A pesar de esto, muchos profesionales encuentran formas de superar estos obstáculos, reconociendo la importancia de su labor y buscando redes de apoyo que les permitan mantenerse conectados con su propósito.
Hay pues la necesidad de que el profesionista, además, sea ahora capaz de adaptarse a la globalización y las nuevas tecnologías accediendo a una educación de calidad desde cualquier parte del mundo a través -si ello es posible-, de plataformas de aprendizaje online y de recurrir al teletrabajo y al networking digital, si ello fuere necesario.
A participar en nuevas formas de activismo profesional para sortear posibles obstáculos tanto sociales como culturales para abogar por la igualdad de oportunidades y el reconocimiento de sus derechos. Ejerciendo acciones para influir en decisiones políticas y legislativas a través de la comunicación y la presentación de argumentos a favor de nuestros intereses profesionales o lobbying, enfocado en la formulación de políticas públicas que impacten en la profesión para la creación de mejores condiciones económicas, sociales, políticas, legales y laborales, y la promoción de la justicia social y económica.
            Resiliencia para lidiar contra la corrupción y la burocracia estableciendo conexiones con otros profesionales para diseñar y operativizar determinadas acciones contra ello. Ante la gran competencia en el mercado laboral, hay que sacar adelante la creatividad y capacidad profesional, mejorar el pensamiento crítico, la innovación y la adaptación a las crecientes demandas del mercado.
            Ante el mercantilismo que nos rodea, la búsqueda de la rentabilidad suele entrar en conflicto con los principios éticos como ya citamos. Por ello, hay que luchar por trabajar con prácticas justas, sostenibles y éticas, lo que no solo nos posicionaría como líderes en nuestro campo, sino que también puede atraer a clientes o empleadores comprometidos con la ética corporativa.
            Aguzar, dentro de las tendencias emergentes a la adaptación profesional la mentalidad de crecimiento que permite a los profesionistas enfrentarse a fracasos, aprender de ellos y reinventarse según lo exija el mercado.
Empoderamiento a través del emprendimiento creando sus propias empresas o startups para tener control sobre su carrera con lo que se permite eludir las limitaciones del sistema laboral tradicional creando nuevos modelos de negocio.
Sea como sea y de forma personal, si carecemos de recursos busquemos activamente la forma de improvisar y dar factibles soluciones. Si el trabajo es tedioso, buscarle aristas satisfactorias. Por ejemplo, recopilar información sobre lo que hemos hecho en determinado tiempo, reconocer aciertos y errores, frecuencias, porcentajes, comparaciones y otras (esto es investigación) y con ello saber qué hemos hecho y por tanto cómo mejorarlo y corregirlo o, inclusive, hacerlo menos tedioso.
            Si la lambisconería y la corrupción imperan en el ambiente de trabajo para solapar deficiencias, irregularidades u otros defectos, habrá que sostenerse en la vía del bien hacer profesional que nos mantenga al margen de esta práctica y, con el ejemplo seguir ejerciendo nuestro trabajo mirando siempre el interés en la salud del paciente. Podría entonces poder decirse, si es que se labora en determinada institución pública de salud, que se es NO INSTITUCIONAL; esto es, estar al servicio de los intereses del paciente al que servimos, no como veladores del interés institucional.
Propugnar porque las posiciones directivas de la institución se consigan por méritos y capacidad profesionales, no por amiguismos, premios políticos, compadrazgos, u otros varios e inenarrables justificaciones.
En resumen, para sortear obstáculos sociales, económicos, políticos y laborales, los profesionistas actuales deben sentir y expresar con sus acciones su pertenencia a la profesión, ser honestos, responsables, equitativos y justos, además de adaptables, creativos, resilientes y continuamente en formación.
La clave actual para ello está en la flexibilidad personal y la capacidad de construir redes globales, -si ello fuere necesario y oportuno-, lo que les permitiría aprovechar las oportunidades que ofrece el entorno globalizado y, al mismo tiempo, sortear las dificultades impuestas por el contexto capitalista y mercantilista tanto en el hacer en la esfera pública como en la privada. Sólo así se podrá observar cómo la pertenencia a una profesión se convierte en un reflejo de las concepciones más amplias sobre el individuo y su relación con su servicio a la sociedad.

 

En todo caso, habrá de seguir lanzando baldes con agua hirviendo

contra los ignorantes, estúpidos, incapaces y corruptos que impiden la entrada de luz y obstaculizan o impiden nuestro hacer y pertenecer profesional, bajo cualquier circunstancia.



1 . Galloway D. H. Experience of an American physician in Mexico. Operating for suppurative lymphangitis under difficulty. – Taking his one medicine. - Strychnia poisoning. JAMA. 1896;27(24):1235-1238.