lunes, 8 de junio de 2015

Precursor de la independencia en México.

En la Biblioteca Digital Mexicana, puede accederse al documento que en la Nueva España escribió el inmigrante, conspirador, soldado, revolucionario y poeta místico irlandés Guillén de Lampart entre los años 1640-1642, hasta hoy en lo general, un olvidado precursor de la independencia de México. Dicho manuscrito lleva por título:
Proclama por la liberación de la Nueva España de la sujeción a la Corona de Castilla y sublevación de sus naturales.
Este personaje murió en la hoguera en 1659 en la ciudad de México, por desafiar a la Inquisición al promover este movimiento insurreccional en la Nueva España, para separarla de la Corona de Castilla y con ello emancipar a indios, esclavos y castas.
Patrimonio Cultural del Tecnológico de Monterrey, Biblioteca Cervantina.
http://bdmx.mx/detalle_documento/?id_cod=25&codigo=folio46a

miércoles, 3 de junio de 2015

Dejé su mano.

Del baúl de los recuerdos.
© DR Xavier A. López y de la Peña
Solamente quienes toman sosegadamente aquello por lo cual se atarea la gente del mundo pueden atarearse por aquello que la gente del mundo toma sosegadamente.
CHANG CH’AO
Cada uno de nosotros posee una percepción individual, sui generis puede decirse, de los acontecimientos vividos y uno de ellos es el siguiente. Como antecedente debo decir que se trató de una batalla por la vida que ligaba, bajo circunstancias particulares, a dos personas en una noche fría de diciembre y en el ambiente aséptico, informal y mecanizado de una unidad hospitalaria.
La protagonista fue la enfermedad, que como el guerrero heraldo de la muerte luchaba contra el personero de la vida arrebatándole una víctima más.
Apesadumbrado y abatido por lo arriba referido, me hice hace años la siguiente reflexión que guardé por escrito en el archivo de los recuerdos y hoy ve la luz diciendo así:
No era fácil pensar ante la conciencia del dolor concentrado en la espalda. No era un dolor meramente físico como el que puede sentirse al pincharse un dedo o como el dolor que en ahogo revuelve el corazón desfalleciente. ¡No!. Era el dolor indescifrable que conjuntaba una vasta sensación de percepciones que reunían el desvelo, el hambre y la sed con el frío que envolvía al cuerpo y calaba el espíritu.
El desasosiego del torbellino que en el pensar en esto o aquello se disuelve en nada. El sabor de boca que en jadeos tras el esfuerzo realizado, se entremezcla con el ayuno, el tabaco y la desesperanza. El sudor pegajoso que abrillanta la frente y acrecienta el frío, limitando el libre movimiento de brazos y piernas. El vacío silencio de la noche que salpica un quejido humano por allá, el monótono indicador electrónico por acá y el peso de las miradas, unas vivas, otras apesadumbradas, indiferentes o sobrecogidas, y otras más mirando sin ver acullá, como muertas. El deseo de escapar al sueño para confortar el cuerpo y darle paz al espíritu. El porqué taladrando la conciencia que resiste al esfuerzo por descifrarlo, tan real y tan irreal, tan frecuente y obscuro. Tan sutil y cercano pero ininteligible. ¿Por qué? ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo decirlo? ¿Qué formulación logística haré para acallar ese otro dolor? El peso concentrado de una ciencia que nos niega sus respuestas y nos coloca en el medio, atiborrados de conceptos escarbados en el tiempo cuya realidad obtusa sondea profundidades inalcanzables.
Nos revelamos y sucumbimos al unísono. El entrecejo se frunce, la congoja húmeda y salada corre haciendo surco sobre los caminos del tiempo, con la libertad que la represión inútilmente imponemos al vítreo cáliz. Duele, pero así también el dolor es matizado por la aceptación del hecho y lo hecho. La conciencia y el alma se reúnen ante la nada espoleando más, allá en la espalda. ¿Por qué la espalda y no el estómago? ¿Por qué no el corazón o el cerebro donde asienta el alma? Tiene el alma un lugar en nuestro cuerpo y no es éste o aquél lugar, es en el todo que como címbalo vibra y reverbera y nos da la consciente realidad del dolor de espalda. La espalda que sustenta, que resiste o cree resistir el peso de la ciencia, de lo natural y lo sobrenatural, de las ideas y del éter que nuestro microcosmos soporta doblándose poco a poco haciéndonos bajar la cabeza, humildemente en un arco cada vez más agudo.
De la engreída postura erecta que los años mozos nos regaló, el cincel del tiempo, incansable, pertinaz y obcecado, nos golpea allí, en la espalda, hasta ponernos boca abajo, negándonos día con día el mirar hacia arriba, y como pago a nuestra insensatez y arrogancia, se permite con inveterado desenfado decirnos: ¡Hasta aquí, necio!, descargando finalmente la guadaña en el ser que fue y ya no es.
¿Por qué? La ley universal de la entropía llama incansablemente y ofrecemos oídos sordos. ¿Por qué se ensaña aquí, allá, ahora, mañana y siempre ante el minúsculo ser que lucha por vivir? ¿Por qué este hálito de vida y no sobre otro? ¿Porqué la luz del vivir desde que surge de lo ignoto, está determinada a recibir el golpe de la nada? ¿Por qué? ¿Por qué?
Duele la espalda. La sombra del vacío dentro y fuera nos abriga pero no protege, es más, ofende cada molécula. La vida no nos pertenece aunque pareciera propia, sufrimos un espejismo de realidad fugaz y resistimos al golpe también fugaz y vanamente. Creemos poseernos y esgrimir entecas, blandas e inútiles espadas contra lo inevitable. Nutrimos nuestra mente de artificiosos y sofisticados recursos a la mirada del tiempo que benévolo sonríe con una risa sardónica, inexpresiva, tajante, única y definida siempre.
Duele la espalda. Asoma el níveo brote en la mejilla que el substrato corporal expresa vencido al acoso temporal, cargado de inútiles nutrientes que, corriendo de uno a otro lado estimulados por la dinámica bomba, buscan eso: nutrir, reparar lo irreparable hasta caer atrapado en la necesidad de mostrarse tocando la faz silenciosamente, dejándose ver entre el ayer y el mañana y señalando, como en todo el contexto orgánico, una minúscula muestra más de nuestra ignorancia hacia el porqué.
Aceptamos el hecho ¿qué otra cosa podemos hacer? y el dolor inenarrable conjunta la tibieza incompleta siempre de que lo hecho fue lo mejor. La falibilidad es un atributo humano. Mantener en concordancia el cuerpo y el alma no es fácil ya que le aguijonea la duda, propia o ajena sobre lo hecho, sin embargo la duda se suaviza cuando desde dentro, un grito nos convence y nos conforta. El grito inescuchable que surge de nuestro dolor ante el hecho, ante la realidad que desesperadamente tratamos de suavizar, a esa búsqueda de la templanza y coraje que nos hace calibrar, o tratar de hacerlo, las vibraciones de nuestro ser y concordarlo con las de los que estuvieron cerca de aquél, que ya no es.
Dejé su mano.

viernes, 1 de mayo de 2015

Lúes o sífilis.

EL MAL DEL PASTOR.
© DR Xavier A. López y de la Peña
Syphilus -el pastor de Ofir-, enloquecido por el calor del mediodía insultó al Dios-sol Apolo y fue castigado por este con un mal que producía dolor en el sexo, y compensaba el pecado con el sufrimiento. Y Syphilus, el pecador, está afligido... Llevando horribles bubones a la vista, dolores sufre e insomnio por la noche; del suyo la enfermedad recibió su nombre.
Girolamo Fracastoro
Girolamo Fracastoro (1483-1553) médico y astónomo de Verona, Italia, quien ha sido considerado uno de los fundadores de la epidemiología escribió en su obra De Syphilidis, sive morbi gallici libri, las siguientes frases:
“¿Cuál es la causa de esta pestilencia? ¿Acaso fue importada a nuestras playas, desde los nuevos mundos descubiertos por los bravos marinos españoles más allá de los mares ignotos? ¿Nos ha llegado el germen desde aquellas remotas regiones donde parece haber reinado en forma suprema desde la eternidad, haciendo tantas víctimas como seres existen? ¿Es cierto que introducido de cierta manera entre nosotros, se extendió por Europa por medio de las relaciones comerciales? ¿Es verdad que -primero débil y obscuro- incrementó su fuerza un centenar de veces para invadir poco a poco el universo entero, como una simple chispa de un fuego mal extinguido puede iniciar terrible conflagración?.
No, no es así como se desarrolló este mal. Testimonios incontestables prueban que su origen no es de naturaleza extraña o ajena, y no fue necesario que atravesara el mar para llegar a nosotros. Entre sus primeras víctimas en nuestro medio, mencionaré una cantidad de pacientes que enfermaron espontáneamente, sin haberse expuesto a la menos posibilidad de contagio. Además, ¿cómo podría atribuirse a influencias contagiosas una enfermedad capaz de afectar a tantas personas en tan breve tiempo? En verdad, el azote se desató por doquier a la vez, en Italia, en los fértiles campos de Sagra, en los bosques de Ausonia, en las planicies de Otranto, en las riberas del Tíber, en el centenar de ciudades que el Erídano, engrosado por los cien afluentes que le son tributarios, lava con sus olas majestuosas. Al mismo tiempo hacía también sus estragos en las tierras lejanas, y la orgullosa España, madre de los conquistadores del Nuevo Mundo, no sufrió los crueles ataques del mal antes que los pueblos separados de ella por los Pirineos, el Rin y los Alpes.
En el cuerpo humano ataca primero la sangre y, no alimentándose sino de los fluidos grasientos y viscosos, se adhiere a la grasa y sus humores corrompidos. Uno de los hechos más sorprendentes consiste en que, después de haber contraído el germen contagioso, la víctima de este flagelo no suele presentar lesión alguna antes de que la luna haya cumplido cuatro viajes. En verdad, este mal no se manifiesta inmediatamente por síntomas reveladores de su penetración en el organismo. Durante algún tiempo fermenta en silencio, como juntando fuerzas para una más terrible explosión. De cualquier modo, en este período invade al paciente una extraña postración que deprime todo su ser; siente la mente pesada, los miembros flojos y débiles, incapaces de sostenerlo; la mirada pierde brillo, la expresión vivacidad y la faz se torna pálida.
El virus es transportado por los órganos de la generación, desde donde se irradia a las partes vecinas y a la región inguinal.”
Con diversos nombres y bajo las más variadas circunstancias, la sífilis ha sido un flagelo constante en la historia de la humanidad.
Un prominente médico en Barcelona, Ruy Díaz de la Isla, había hecho en 1493 en Vicente Yánez Pinzón, miembro de la tripulación del Gran Almirante el diagnóstico probable de este mal cuya pestilencia -decía-, era tan “espantosa que los que la observaban recurrían al ayuno, a las plegarias y a la caridad” y, dos años después en 1495 cuando Carlos VIII de Francia sitió Nápoles, sobrevino una epidemia de sífilis tan severa que los franceses le dieron el nombre de mal napolitano, y los italianos le llamaron el morbum Gallicum (Niccolò Leoniceno en 1497 escribió uno de los primeros tratados sobre el mal francés).
La guerra por su génesis se había iniciado y unos a otros se echaban la culpa de tan atroz enfermedad. Los polacos decían que la enfermedad venía de Alemania, los rusos culpaban a los polacos, los turcos se lo endosaron a los cristianos y los hindúes se lo achacaban a los portugueses; luego los europeos -por supuesto- no tardaron en endilgárselo a los americanos. El ilustre jesuita veracruzano, el padre Fco. Javier Clavijero salió en defensa de los americanos en su 9a. disertación contenida en su obra Historia Antigua de México diciendo:
“En la presente disertación no tenemos que disputar solamente con Paw sino con casi todos los europeos, generalmente convencidos de que el mal francés tuvo origen en América, pues habiéndose echado mutuamente la culpa algunas naciones de Europa, por más de treinta años, sobre el origen de una enfermedad tan vergonzosa, al fin se pusieron de acuerdo en culpar al Nuevo Mundo.” Llama a Pauw (refiriéndose a Cornelius de Pauw -1739-1799-, filósofo, geógrafo y diplomático holandés que publico en Berlín en 1771 su obra: Recherches Philosophiques sur les Americains) más adelante, “enemigo capital de todo el Nuevo Mundo y gran investigador de todas las inmundicias americanas...” y dice que representa, entre otros, “a todos los americanos frigidísimos e insensibles a los estímulos del amor.”
Sigue así: “¿Qué quiere decir semejante contradicción, sino que estos autores sistemáticos pintan a los americanos con los colores que les conviene? Cuando quieren ponderar la apatía o insensibilidad de aquellos hombres, dicen que son frigidísimos; pero cuando pretenden desacreditar sus costumbres o culparlos del mal francés, entonces afirman que son excesivamente libidinosos.”
La sífilis afectó a un número importante de personajes, entre los que destacan, a Carlos VIII de Francia, Federico el Grande, Cristián VII de Dinamarca y Noruega, Enrique III de Francia, Iván el Terrible y Pedro el Grande de Rusia; el emperador Carlos V, Luis XIV, Luis XV, a los papas Alejandro VI, León X y algunos de los Borgia. Alberto Durero, Benvenuto Cellini el excelso artífice; Paul Gauguin, Vincent Van Gogh, Christopher Marlowe, James Boswell, Oscar Wilde el escritor inglés autor, entre otros de El retrato de Dorian Gray; los alemanes Heinrich Heine, Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche -Así hablaba Zaratustra-; el médico Eugène Sue; Robert Schumann, Gaetano Donizetti, el virtuoso del violín: Niccolò Paganini, la severa y egregia figura de Ludwig van Bethoven, e incontables personajes célebres y no célebres más.
La historia de la sífilis se une indefectiblemente con el inicio de la llamada quimioterapia a principios de este siglo con la paciente labor de investigación, en Franckfort, Alemania, de Paul Ehrlich (1854-1915) quien, después de experimentar con 605 compuestos químicos diferentes, en 1909 dio con el compuesto “606” capaz de matar al treponema de la sífilis: el conocido como «arsfenamida o salvarsán». Solamente dos años después de su descubrimiento, “el 18 de abril de 1911 -nos dice el Prof. Alejandro Topete del Valle, En: Antonio Acevedo Escobedo “Letras sobre Aguascalientes” edición de 1981- el Dr. Manuel Gómez Portugal (hijo) aplicó por primera vez en Aguascalientes, a un joven de 21 años en el Hospital "Miguel Hidalgo", ‘el famoso remedio del Dr. Ehrlich’, denominado ‘606’ por medio de una inyección intravenosa, contra la llamada ‘Avería’ (o sea la sífilis).”
Tiempo atrás se empleaban multitud de remedios como las de cauterizar las pústulas con hierros candentes, pociones corrosivas y ungüentos mercuriales o mezclas de grasa de cabra, ciervo o cerdo y mirra, y con ellos también las fórmulas de higiene que evitaran la ansiedad, no dormir mucho ni comer pescado, frutas o leche. El mercurio gozó de una fama enorme y se llegó a vender “recubierto” de chocolate para que los esposos pudieran tratarse, sin que sus esposas se diesen cuenta. Desde el otro lado algunas esposas, como Catalina la Grande, temerosa de contagiarse hacía examinar por un médico previamente a todos sus amantes. El guayaco y la zarzaparrilla también tuvieron su parte en la fama que adquirieron como antisifilíticos.
Con el paso del tiempo el médico y psiquiatra austríaco, Julius Wagner von Jauregg (1857-1940), durante su práctica clínica a principios del siglo XX se percató de que los pacientes afectados de parálisis progresiva o luética mostraban una buena mejoría después de padecer un proceso febril; ello le llevó a enfermar con paludismo a estos pacientes ya que esta última enfermedad si podía tratarse. Con ello el doctor Wagner inició el revolucionario método terapéutico conocido como piretoterapia, que fue rápida y ampliamente aceptado para esta y otras enfermedades, y le llevó a obtener el premio Nobel de Medicina en 1927.
Finalmente la penicilina, antimicrobiano obtenido a partir del hongo Penicillium notatum (Alexander Fleming 1881-1955, también galardonado con el premio Nobel de medicina en 1945) e introducida desde 1943 es la droga elegible para su tratamiento eficaz en esta era llamada «antimicrobiana».
Hoy la sífilis, o mal de Syphylus protagonizado por el Treponema pallidum (antiguamente la Spirocheta pallida reportada en 1905 a la Sociedad Médica de Berlín por Fritz Shaudinn y Hoffmann como su agente causal), sigue haciendo estragos en la sociedad como parte de las llamadas enfermedades de transmisión sexual (ETS) que incluyen al herpes genital y el virus del papiloma humano entre otras.
Su sombra (contrariamente a los deseos del Dr. Thomas Parran quien en EUA publicó en 1937 su libro Shadow On the Land ) aún se proyecta, velada pero insistentemente entre la juventud con información deficiente sobre salud sexual y ante el tabú de discutirlo públicamente, como sucede con otros problemas como el VIH o SIDA, o la gonorrea.