viernes, 1 de septiembre de 2023

El método deductivo.

 El método deductivo
en la enseñanza.


Parece que va llover,
el cielo se está nublando,
parece que va llover
¡Ay! mamá me estoy mojando.
 
Canción de Lorenzo Méndez

Dr. Xavier A. López y de la Peña.

 

En esta frase inicial se evidencia el aprendizaje a través del método, el método llamado deductivo.
¡Si!, a través de la experiencia hemos aprendido que, si vemos que el cielo se está nublando, muy probablemente lloverá. Racionalmente deducimos que ello ocurrirá como una conclusión lógica a partir de una observación, principio o premisa previa de que el cielo se está nublando.
            Cuando menos desde el pensamiento griego ya se esboza esta forma de racionamiento por medio de los llamados silogismos (o argumento deductivo) como el siguiente:
Los mexicanos son americanos,
Xavier es mexicano,
luego Xavier es americano.
            Lo anterior se construye a través de una premisa mayor (Los mexicanos son americanos), una premisa menor (Xavier es mexicano) y una conclusión (Xavier es americano).
Veamos otro enfoque del método deductivo:
            En cierta ocasión, durante una clase de clínica en gastroenterología, el profesor le solicitó a uno de sus alumnos que le diera el diagnóstico clínico de un paciente que había hecho venir de uno de los servicios del hospital, específicamente al aula, para cumplir con dicha clase.
            El paciente, que a la sazón todos los alumnos vieron entrar, era un hombre adulto de mediana edad y de aspecto “saludable”.
            El alumno se quedó perplejo ante esta tan específica solicitud del profesor y, de entrada, le respondió:
Pero, ¿cómo puedo ofrecerle un diagnóstico si no sé nada acerca del paciente que acaba de llegar aquí con nosotros?, ¿puedo entonces acercarme e interrogarle y a examinarlo, en su caso?
            ¡No!, contestó tajante el profesor. E insistió cortésmente, por favor, deme su diagnóstico clínico.
            Entonces el alumno le responde nuevamente:

-Lo siento profesor, pero no puedo darle ningún diagnóstico clínico si no he hecho el abordaje procedimental clínico previo para cumplir con tal propósito.

            A consecuencia de ello el profesor solicitó, dirigiéndose al resto de los alumnos presentes en el aula, si alguno de ellos podría darle el diagnóstico clínico del paciente aludido. Sin embargo: el silencio fue total: nadie respondió.       Acto seguido el profesor dijo:
¡Vamos señores, señores! …el diagnóstico clínico en el caso presente es, permítanme decirlo así, relativamente sencillo y accesible. 
Veamos por partes, para colegir el cómo hacerlo:
Para empezar, esta es una clase de medicina y, según sabemos, en medicina se han descrito más de 55.000 patologías o enfermedades diferentes en el mundo.
En el libro de medicina (Principios de Medicina Interna de Harrison) que ustedes conocen, se hace referencia a una buena parte de estas patologías o enfermedades en un texto de 4119 páginas.

Esto quiere decir que, el diagnóstico del paciente estará incluido seguramente en ella.

Pero ¿en qué parte de este libro encontraríamos el diagnóstico?
            Bueno, esta es una clase de clínica de gastroenterología y el paciente que nos hace favor de acompañar proviene del servicio de esta especialidad, así que el posible diagnóstico de este caso se encuentra referido entre las páginas 1831 y 2005 del libro que corresponde al capítulo de Enfermedades de las vías gastrointestinales, esto es, sólo en el 4.2% del libro en cuestión (174 páginas).
            De otra parte, el paciente -como todos han podido observar-, es un hombre adulto, que entró caminando sin dificultad, se le aprecia bien nutrido, con una edad entre 30 a 35 años y se sentó cómodamente en la silla (por tanto, es posible que no padezca de hemorroides); no tiene cara de dolor o manifiesta alguna incomodidad.
            Podemos sospechar entonces que, si está hospitalizado, es porque requiere de algún estudio particular (endoscopia, tomografía, etc.) o está en espera de algún procedimiento quirúrgico programado. Desde luego no tiene un problema de urgencia como lo sería un sangrado activo de tubo digestivo, una apendicitis, un síndrome oclusivo intestinal o un cuadro abdominal agudo.
            También, podríamos descartar que tuviere algún problema tumoral o neoplásico, (cáncer de esófago, estómago o colorectal) dado que su estado general no lo aparenta.
            De esta manera los posibles diagnósticos que se podrían hacerse aquí en México, para este paciente en particular, dada la morbilidad que se ha descrito en este terreno, quedan reducidos a:
Úlcera péptica.
            Enfermedad de reflujo gastroesofágico.
            Cálculos biliares.
            La enfermedad de Crohn.
            Colitis ulcerosa.
            Síndrome del colon irritable.
            Diverticulitis.
Esto es, las posibilidades diagnósticas para el paciente, en nuestro caso, se reducen a sólo el 27% de la patología del aparato digestivo, que corresponden a 47 páginas del libro citado de Medicina Interna.
Luego, ya con unas cuantas preguntas hechas al paciente se llegó a la conclusión diagnóstica de que padecía de cálculos biliares (o litiasis vesicular) que requería de tratamiento quirúrgico (colecistectomía). 
Esta representación nos muestra que partimos de seguir una estrategia de razonamiento iniciado con un pensamiento general (incluir todas las enfermedades descritas en la medicina), para emitir un posible diagnóstico, basado en lo que detenidamente observamos en el paciente (conocimiento particular) y sabíamos sobre las enfermedades gastrointestinales más frecuentes en adultos en México.
            Para cumplir con este método deductivo es necesario saber observar, escuchar, oler, sentir, estar atento a los detalles, al entorno y ligarlos después, paso a paso, con nuestros conocimientos adquiridos y lograr conclusiones válidas o certeras.
            Pero, también podríamos equivocarnos si a nuestra apreciación de lo que vemos, sentimos, olemos, escuchamos o leímos, le damos una interpretación equivocada.
            Para esto último, recordemos una pequeña parte de la descripción que hace Sir Arthur Conan Doyle, el magnífico escritor que diera vida a Sherlock Holmes, el mago del método del razonamiento deductivo, de la señorita Ainslie Grey, en el cuento de médicos y cirujanos que tituló: La esposa del fisiólogo:

            …era una mujer de estatura algo superior a la mediana, delgada, de ojos de mirar fijo, algo arrugados, y de espalda redondeada, signo distintivo de la mujer aficionada a los libros. Su cara era larga y enjuta, con manchas de color sobre los pómulos, frente de persona razonadora y pensativa y un toque de terquedad en sus labios delgados y en su barbilla prominente.


Lo de la espalda redondeada que atribuye a la lectura, podría ser por una cifosis postural por dedicarse a la costura u otro tipo de actividad manual o posiblemente también por una afección tuberculosa, no infrecuente en aquella época. Y lo de la frente de persona razonadora, se lo sacó de la manga, por ser una chica simplemente frentona -creo yo, respetuosamente dicho, por cierto-. Ello se debió a la influencia que tuvo en el autor el desarrollo de la frenología, la teoría pseudocientífica de su época, que postulaba tanto la probable determinación del carácter, personalidad y tendencias criminales, basándose en la forma y medida del cráneo, y facciones de las personas. Teoría que, actualmente es considerada falsa en casi todo el mundo.
Deducir es una palabra que proviene del verbo latino ducere que significa guiar o arrastrar y del prefijo de que indica una separación, por tanto, significa “llevar, extraer o conducir separando” a una idea particular a partir de una verdad general.

Guíese pues razonando con el método deductivo para prever, plantear o resolver algún obstáculo, incógnita o problema, pero para ello debe aprender a aguzar su sensibilidad mostrando interés por su entorno. Esto quiere decir: mirar sin solo ver; oler, sin solo olfatear; escuchar sin solo oír; sentir sin solo tocar; gustar sin solo deglutir; apreciar y valorar sin solo ser indiferente a todo lo que nos rodea.

sábado, 29 de julio de 2023

Mi changuito de peluche color café

 Desde un recuerdo…
a la termoterapia.

Dr. Xavier A. López y de la Peña 



Es muy probable que alguna vez tratáramos de hacer memoria sobre un acontecimiento pasado como, por ejemplo: ¿cuál es mi recuerdo sobre el primer libro que leí, mi encuentro con el mar, la canción que mi madre me cantaba o cuando me fracturé la clavícula al caerme de la cuna, o la primera travesura?, ¿Cuál es el primer juguete que recuerdo?, ¿La ropa que más me gustaba?, ¿El primer regaño o castigo que recibí en casa o la primer comida que recuerdo con más gusto?, ¿Recuerdo el olor de mi madre o padre? etc.
            O tal vez nos preguntemos si nuestra aversión a la gelatina o al melón tenga su origen en algún acontecimiento desagradable en nuestra niñez. Todo ello es posible dado que somos un continuo en el tiempo y todo lo que sucede a nuestro alrededor nos impresiona de una manera favorable o desfavorable; con ello, nos vamos construyendo y modelando… nos vamos haciendo.
            Yo, por ejemplo, recuerdo haber tenido a los cuatro años de edad un juguete muy querido en particular: un changuito de peluche de color café. Seguramente tenía varios otros juguetes, pero éste es el que más gratamente y mejor recuerdo con viveza.
            Le recuerdo alrededor de un ambiente de hospital, el del Hospital American British Cowdray (ABC), ubicado, en aquél entonces, en la calle de Mariano Escobedo allá en el año de 1950. Casi creo recordar el olor limpio y aséptico de la cama en que estaba, en una sala que compartía con otros niños, niños que lloraban cuando les hacían curaciones en la cabeza en la que tenían hoyos. También recuerdo el ver a otros niños metidos en una especie de “calentador de agua” (pero en posición horizontal) a los que sólo se les veía la cabeza por un extremo.
            No recuerdo haber tenido molestia alguna, sin embargo, no podía caminar y por ello me desplazaba en una silla de ruedas acompañado por una enfermera que, a veces, me dejaba que yo avanzara con ella impulsando las ruedas con las manos por los pasillos de la sala y los amplios corredores fuera de ella. También me llevaban a una piscina cubierta que contaba con un asiento que se desplazaba electro mecánicamente de delante a atrás y de lado a lado, mediante un control que tenía cuatro botones.
            Por las mañanas, llegaba una enfermera al lado de mi cama con un carrito, como el de los helados que venden en la calle, de cuyo interior sacaban unas cobijas o cobertores calientes y húmedos emitiendo vapor y me los ponía, poco a poco, uno sobre otro en la espalda estando yo boca abajo y desnudo durante cierto tiempo hasta que, según me contó años después mi mamá, sudaba y sudaba hasta perder muchas veces el conocimiento. También recuerdo que me daban como alimento muchas gelatinas (seguramente también otras cosas).
            Unos dos o tres meses después me llevaron a casa, pero, sin mi querido y recordado changuito de peluche de color café, ni cualquier otro juguete que hubiere tenido. Este juguete me lo regalaron recién me habían internado y estaba junto a mí todo el tiempo. Mis padres no quisieron que me lo llevara, ni nada que pudiera llevar el posible “germen” de contagio a casa.
Resulta, desglosando lo anteriormente dicho, que el diagnóstico que me hizo llegar al hospital “inglés”, como vulgarmente se le conocía en 1950, fue porque mi tío, el Dr. Omar I. Cravioto Barrera, sospechó que tuviera una posible poliomielitis, ya que yo cursaba con malestar general, un poco de fiebre, dolor de cabeza y vómitos, y algo de rigidez de la nuca e hiporreflexia en las extremidades inferiores.
            La sospecha diagnóstica estaba justificada ya que, en este tiempo, la población mexicana estaba ante la zozobra de esta infausta enfermedad porque, si bien, en México el primer caso de poliomielitis se describió desde el año 1912 y su propagación ulterior se relacionó, entre otros, con la migración entre Estados Unidos y México y que fue reconocida en México en 1943, un año después de firmado el Proyecto Bracero. Sin embargo, las alertas se dieron a conocer hasta 1946 al registrarse ya el número de 122 casos en el Distrito Federal y 125 en el resto del territorio nacional, y su tendencia crecía rápidamente.1
            Ahora, ya me explico porqué veía a niños a mi alrededor a quienes curaban unos agujeros en la cabeza. Era porque, a causa de su enfermedad, cursaban seguramente con un aumento de la presión intracraneal y se les había realizado una craniectomía descompresiva para aliviar los síntomas de la hipertensión causada, tal vez, por una meningitis aséptica.
            Este procedimiento quirúrgico fue dado a conocer por el neurocirujano Victor Alexander Haden Horsley (1857-1916) en 1886, cuya técnica consistía en realizar un gran colgajo óseo (Agujero) en la región temporal derecha, asociado a la apertura de la duramadre; más tarde en 1905, el también cirujano Harvey Cushing publicó el uso de la craniectomía descompresiva en pacientes portadores de hipertensión intra craneana, secundaria a tumores no operables.
            Sobre las personas que recuerdo haber visto dentro del “calentador” de agua, era porque se trataba de pacientes que no podían respirar por sí mismas, esto es, tenían una parálisis de los músculos respiratorios y estaban entonces bajo asistencia con un equipo electro mecánico llamado “pulmón de acero”, probablemente el de tipo Emerson (del inventor y humanista norteamericano John Haven “Jack” Emerson (1906-1997), ya actualmente en desuso por la casi erradicación de las poliomielitis gracias al éxito mundial de los programas de vacunación y de la invención e implementación de ventiladores modernos que asisten la respiración a través de la intubación de la vía aérea.
            Y, por último, ¿por qué me ponían las frazadas calientes y húmedas hasta llegar a desmayarme?
Bueno, es probable que cursara con algo de dolor o de espasmos musculares a este nivel, ya que para ello ha resultado ser útil la termoterapia. Esta forma de tratamiento suele hacerse con frazadas o compresas húmedas y calientes que alcancen valores de temperatura entre los 70 a 79 grados C., y cuyos efectos suelen ser: mejorar los niveles de nutrición y de oxigenación celular, incrementar el flujo sanguíneo y con ello los elementos de defensa celulares, mejorar el drenaje linfático, favorecer los mecanismos de reparación tisular y otros, pero, particularmente en este caso, como agente analgésico y antiespasmódico.
            Para terminar esta historia salí del hospital sin tener, afortunadamente, ninguna secuela de la poliomielitis ya que se trató de una forma llamada poliomielitis abortiva, diferente de la poliomielitis paralítica y al síndrome post poliomielítico2, pero… sin mi gratamente recordado y querido changuito de peluche de color café.

            Grandes estragos produjeron en México la epidemia de poliomielitis de los años 40 a 60s, sin embargo, gracias a las intensas campañas de vacunación, en el año de 1990 (hace 33 años) se reportó el último caso de polio en México en Tomatlán, Jalisco.3

            Por lo mismo, es necesario el mantener altas las coberturas de vacunación que, a más de beneficiar a quien la recibe, aumenta la inmunidad en la colectividad, dificultando la posibilidad de que el virus pueda transmitirse e infectar a alguien más.
La vacuna hexavalente, de aplicación en México (Secretaría de Salud. Campaña Nacional de Vacunación), protege contra poliomielitis, tosferina, Haemophilus influenzae tipo b, difteria, tétanos y hepatitis B, consta de tres dosis que se aplican a niñas y niños de dos, cuatro y seis meses, y un refuerzo a los 18 meses de edad.
La poliomielitis está casi completamente erradicada en los países occidentales, sin embargo, aún medra en algunas regiones de África y Asia, por ello es necesario y conveniente estar vacunado y recibir una dosis de refuerzo si se quiere viajar a estas zonas.4 

Cuídese y cuide a los suyos, para que puedan disfrutar, en salud, el grato recuerdo de su querido changuito de peluche de color café.

 

Nota técnica sobre este pequeño y hasta “desnudo”, pero… malvado virus:

Pertenece a la familia Picornaviridae, género enterovirus, especie virus polio (VP); es pequeño, de 20 a 30 nm de diámetro, esférico y con simetría icosaédrica, semejante a un cristal. La partícula vírica o virión, está formada por el genoma viral, que es un ácido nucleico y una cápside de proteínas llamada nucleocápaside. No tiene envuelta o cubierta lipídica, es un virus desnudo.5 Según el Manual MSD versión para público general, el virus de la poliomielitis es muy sensible al calor y se inactiva rápidamente a temperaturas superiores a 50°C.



1 . José Luis Gómez-De Lara, Carlos Agustín Rodríguez-Paz. Aspectos históricos, clínicos y epidemiológicos de la poliomielitis en México (1946 - 1960). Rev Med Inst Mex Seguro Soc. 2021;59(6):585-90.

2 . Manual MSD: https://www.msdmanuals.com/es-mx/professional/enfermedades-infecciosas/enterovirus/poliomielitis

3. Secretaría de Salud. https://www.gob.mx/salud/articulos/mexico-libre-de-polio?idiom=es

4 . La Vanguardia: https://www.lavanguardia.com/vida/salud/enfermedades-infecciosas/20190618/462946752978/polio-poliomielitis-infeccion-viral-poliovirus-vacuna.html

5 . Pilar León Rega. Biología del Virus de la Polio. https://www.guiadisc.com/wp-content/uploads/2013/01/biologia-del-virus-de-la-polio.pdf

sábado, 1 de julio de 2023

Memento vivere

Memento vivere.

- ¿Dónde estás?
- Aquí.
- ¿Qué hora es?
- Ahora.
- ¿Qué eres?
- Este momento.
 
Frase en la película El guerrero pacífico, 2006


Dr. Xavier A. López y de la Peña

            Temprano por la mañana nos despertamos y… ¿qué más?
Bueno, luego de abrir los ojos nos desperezamos, salimos de la cama y pasamos al baño a asearnos, luego a vestirnos, a desayunar y al trabajo o a la escuela, o de viaje, o a sentarse a ver televisión, o ponerse a leer, etc.
Esto es, nos dedicamos a vivir el instante como nuestra única verdadera realidad, como una realidad que transcurre en una sucesión única e irrepetible de instantes. Sin embargo, esta realidad vivida al instante, los humanos la vivimos, o deberíamos vivir deseablemente, con consciencia y libertad.1
            El sentido que solemos dar a la vida proviene, entonces, de dos preguntas: ¿qué propósito tiene nuestra existencia? o ¿qué significa vivir?, cuyo tema de análisis ha sido tratado largo tiempo en búsqueda de respuestas tanto en la filosofía como la ciencia, el arte, la historia, en la religión o en nuestra propia experiencia.
            No nos referiremos a la teleología de la vida como la analizamos en el ensayo que publicamos el 26 de agosto de 2010 titulado Vida y verbos, en el que señalamos que ella es la conservación de su estructura, sino que trataremos de enfocarnos al sentido consciente del vivir. Y de antemano vale la pena aclarar que, a pesar de que no exista una única respuesta al sentido de la vida, cada persona podrá tener una manera propia de entenderlo, de justificarlo y de encontrarlo.
            Así, cada persona tendrá la gana, la oportunidad y capacidad de decidir qué hacer con su propia vida; qué quiere hacer de ella, qué metas perseguir, qué deseos lograr, qué pasiones tener, qué proyectar o producir o qué destruir y malquerer u odiar.
Todo lo anterior lleva implícito el que cada persona se conozca a sí misma, sus cualidades y defectos, talentos e intereses y que, en el curso de su desarrollo asuma con responsabilidad las consecuencias de sus decisiones y acciones concretas; esto es actuar consciente, coherente y responsablemente.
            En nuestra relación con los demás, ya que somos seres sociales, habrá que conducirse con respeto hacia ellos en su diversidad, buscando siempre relaciones constructivas y colaborativas hacia el bienestar común y de equilibrio con todo lo que nos rodea, esto es, con la naturaleza.
            Quizá la sucesión de vivir nuestros únicos e irrepetibles instantes se ligue también a conectarse con algo trascendente que le provea un sentido más amplio y profundo a nuestra vida, y que se supuestamente nos ofrezca seguridad, esperanza, confianza y paz interior.
            Todo lo dicho previamente no son conceptos excluyentes o que guarden un orden rígido establecido, sino que son complementarios e interdependientes unos de otros y que habrán de conducirnos, de lograrlo, a vivir a plenitud y con equilibrio, dando satisfacción a nuestras necesidades físicas, intelectuales-emocionales y, en su caso, espirituales.

            También, y es importante aclarar, que el sentido que cada persona imprime a su vivir no es unidireccional, sino que se inscribe dentro de un proceso dinámico y continuo dentro de su propio lugar, tiempo y cultura, que nos demanda análisis y revisión periódicas para ajustar las intenciones y las acciones que de ello deriven.

Las decisiones personales dependerán, al fin y al cabo, de la filosofía de vida que se decida seguir. Es, entonces, el sentido que damos en nuestra vida a un transcurrir sucesivo de decisiones. Pero… hay algunas decisiones que no necesariamente tomamos nosotros mismos, sino que se nos han imbuido e impuesto culturalmente de una u otra manera; esto es, son supra-decisiones como, por ejemplo, y aplicable no al momento o al instante, sino al continuum de ellos:
En el cristianismo se afirma que, el sentido de la vida, está en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. También sostiene que el ser humano fue creado por Dios a su imagen y semejanza y que tiene un destino eterno después de la muerte; en el budismo, el sentido de la vida radica en lograr liberarse del sufrimiento causado por el deseo y el apego. También sostiene que el ser humano está sometido al ciclo del samsara o reencarnación hasta que alcanza el nirvana o estado de iluminación; en el humanismo, el sentido de la vida está en el logro del desarrollo pleno del potencial humano y en la búsqueda del bienestar individual y colectivo. También sostiene que el ser humano es un fin en sí mismo y que tiene una dignidad intrínseca y unos derechos inalienables; en el existencialismo el sentido de la vida está en la libertad y la responsabilidad de cada individuo para crear su propio proyecto existencial. También sostiene que el ser humano es un ser arrojado al mundo sin un propósito previo y que tiene que afrontar la angustia, la absurdidad y la muerte.
Sin embargo, en la filosofía del momento cada decisión y acto se origina en un entorno concreto (matriz), que ocurre en un lugar concreto (locus) y tiene un desarrollo temporal (status nascendi)2. Es una forma de entender y vivir la existencia centrada en el valor y la importancia del presente, como el único tiempo real y significativo.
La filosofía del momento entonces, demanda una actitud atenta de apertura y de creatividad ante lo que ocurre en cada instante del vivir, sin dejarse llevar por las preocupaciones, los miedos, los deseos o las expectativas, y se opone a la idea de que la vida tiene un sentido o un propósito predeterminado, y de que el pasado o el futuro son más relevantes que el ahora.
Largo tiempo atrás, esta filosofía del momento ha sido englobada bajo el término latino de memento vivere, que quiere decir “recuerda vivir” o “recuerda que debes vivir”, que nos invita a estar atentos y reflexionar sobre el momento presente, que es limitado y fugaz, con la intención de disfrutarlo y aprovecharlo a plenitud para el logro de nuestras metas.
En los tiempos que vivimos, este instante en sucesión, este memento vivere se suele asociar al deseo e intención, consciente o no, de que sea indoloro, rápido, cómodo, fácil y exitoso, en contraposición de lo que propondría de que fuese, pacífico, tranquilo, equilibrado.
Quizás, dicho secuencialmente, sería vivir como el “yo quiero”, “yo tengo”, “yo soy”, en vez de enfocarlo al “yo soy”, “yo tengo” y “yo quiero”.
La primera formulación (el “querer” antes que el “ser”) nos suele generar actitudes negativas como lo son la tensión, angustia, ansiedad, temor, estrés o depresión que llevan (de no lograrlo) a la inseguridad, frustración, enojo, al aislamiento y rechazo social; en tanto que la segunda (del “ser” antes que el “tener”) nos proporciona tranquilidad, equilibrio, confianza y paz; es decir, salud mental y física, mejorando el desarrollo personal y social, y estimulando la creatividad, la curiosidad la empatía y la gratitud.
Vivir el instante o darle sentido a la vida en la filosofía del momento, no obstante, requiere que se actúe con responsabilidad y se asuman las consecuencias de las acciones realizadas, no seguirla como una manera de evadir los problemas que se presenten en la vida o para cegarse ante las consecuencias de ellas. De igual forma, no significa ignorar o despreciar hechos, emociones, recuerdos, acciones o problemas pasados, sino buscar la forma de integrarlos, acomodarlos, tolerarlos y modelarlos para nuestro propio conocimiento, crecimiento y visión de futuro, dándole merecido valor al momento presente. 
Vivir el instante o el momento con sensación plena y sentido, es arrogarse el gozo de pertenencia con el entorno, es responder con sentimientos y emociones varias al suceso inmediato.
En nuestra sociedad industrial occidental tan objetiva y materialista en la que los valores y las creencias se basan substancialmente en la posesión de bienes materiales, en el consumo, en el lucro y el poder, el memento vivere se sitúa entonces en buscar el “tener” para entonces, si acaso, poder ser “algo”.3
           Tal vez necesitemos reflexionar para reencontrar el camino que nos lleve a buscar nuestro “ser”, el verdaderamente humano y deseable memento vivere.


1 . Luis Abad Carretero. Una filosofía del instante. El Colegio de México, 1954. https://www.researchgate.net/publication/309113297_Luis_Abad_Carretero_Filosofo_del_instante/link/6089808c92851c490fa36c3c/download

2 . Paola Martínez. Filosofía del momento. Disponible en: https://es.scribd.com/document/367045887/La-Filosofia-Del-Momento#:~:text=La%20filosofa%20del%20momento%3A%20Cada%20ser%20o%20cada,%28locus%29%20y%20tiene%20un%20desarrollo%20temporal%20%28status%20nascendi%29.

3 . Erich Fromm. Del tener al ser. Ed. Paidós Ibérica, España 2007.